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Hay ocasiones en las que las remembranzas de la infancia surgen con fuerza. Uno de esos recuerdos de la niñez es el de un tío ... abuelo fabricando madreñas en el corral de casa. Yo seguía con la curiosidad de privilegiado testigo el proceso mediante el cual un trozo de abedul se transformaba a base de certeros golpes de hacha y hábil manejo de azuela, gubia y bastrén, en ese calzado rústico al que se le llegaron a atribuir virtudes frente a la expansión de los virus: la madreña asturleonesa de secular tradición. Una vez terminada y pulida la madreña –en ocasiones barnizada o pintada-- se “herraba” con tres tacos de goma en la base o con gruesas cabezas de clavos para que el usuario no resbalara al pisar hielos y nieves invernales. Ocasionalmente incluso se reforzaba la parte anterior con una arandela con el fin de impedir que la madera se rajara a causa de un posible golpe o de cualquier otro percance.

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