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Anda nuestro Ayuntamiento cambiando la iluminación de la Plaza Mayor para hacerla más moderna, sostenible y económica, que es lo que toca. La luz, digo. ... En su momento tocó salir a la calle con un farol en la mano porque Salamanca era como una boca de lobo, con perdón. Se ordenó que así fuese el 28 de noviembre de 1767 y lo reseña la profesora Mari Nieves Rupérez Almajano en su imprescindible estudio del urbanismo del siglo XVIII. La Plaza Mayor siempre estuvo en los primeros intentos municipales de tener un alumbrado público en condiciones, pero no fue fácil. Cuando había dinero aparecían dudas y viceversa. A finales de ese siglo hubo lámparas de aceite, luego llegaron las de lucilina o petróleo, hubo amagos con el gas hasta que, por fin, en 1883 llegó la iluminación eléctrica, que ese año había triunfado en la Feria, concretamente, en el Paseo de Carmelitas. De una farola en mitad de la Plaza, como se ve en la fotografía de Hebert, de 1867, se pasó a cuatro candelabros, que acompañaron al templete, y a poner un farol en cada arco. Hasta lo de hoy. Y cuando estuvo resuelto el alumbrado necesario se pasó al artístico, que eso ya fue una fiesta: que si venía el rey, que si la Asamblea Eucarística, que la fiesta teresiana, que si viene la reina, que unas credenciales diplomáticas... todo se desmanteló en 1954: fuera jardines y bombillas feriales, viva la sobriedad. Da vergüenza contarlo, pero cuatro cañones de luz daban lustre a la fachada concejil desde entonces hasta que en 1962 la ciudad estrena iluminación artística. Fue el 2 de febrero, así que pronto se cumplirán sesenta años. Este diario proclamó al día siguiente que aquella luz realzaría nocturnamente nuestra monumentalidad. Los salmantinos aquella noche nos echamos a la calle a ver la maravilla y quedamos fascinados, Salamanca parecía otra, incluida la Plaza Mayor, que fue descrita en estas páginas como “conjunto ideal”. Las diversas reformas han ido mejorando aquella iluminación hasta hoy.
Salamanca, de noche, es otro bloque monumental, más sugerente, si cabe, que de día, lo cual es obra de los técnicos que han intervenido en ello. También algunos interiores han recibido una luz especial, en algunos casos impulsada por Ignacio Sánchez Galán, el señor de la luz y las luces, como le he llamado en alguna ocasión. Uno espera que de esta reforma la Plaza Mayor salga revestida de hermosura y luz no usada, empleando palabras de Fray Luis de León a Francisco de Salinas, porque nuestra Plaza, encendida, es algo digno de disfrutar, y ver como se enciende no tiene precio. ¿Informará Turismo a los visitantes desde este momento a qué hora es el prodigio? Espero que sí y desde aquí se lo digo al concejal Fernando Castaño. El recambio de bombillas en la Plaza Mayor coincide con la peatonalización de la calle Ancha, que fue, en otro tiempo, entrada oficial al Barrio Chino, domicilio de don Filiberto Villalobos y su familia, y de Calderón de la Barca; y la reforma de la calle de Álvaro Gil, que fue un notable jurista y político salmantino. Está la ciudad estos días animadísima para los paseantes.
Estoy seguro de que la luz nocturna salmantina habrá inspirado a Mari Ángeles Pérez López algún verso, ella que hace de la poesía luz, aunque en realidad hace poesía de todo. Tiene nuevo libro, me dice mi librero de cabecera, y lo ha titulado “Incendio mineral”. Apunta bien la cosecha del año. De fuera llega el próximo 24 de enero “Atocha 55”, novela de Joaquín Pérez Azaustre inspirada en la matanza de abogados y escrita con la intención de hacer memoria. Nuestro Serafín Holgado está en sus páginas, seguro. Llegan después de “Donde se cruzan los tiempos”, de Ricardo López Serrano, escrita para la Plaza Mayor y de la Plaza Mayor. Me gusta su idea de una Plaza desvalida de noche, en riesgo por cualquier desalmado. De una Plaza que es de cada uno, que queremos, con la que nos enfadamos y reconciliamos, por ejemplo, con su iluminación nocturna habitual. Es un libro lleno de mensajes. Ramón Grande del Brío la llamó “centro de ensueños” en una crónica humana del ágora. Los dos libros están junto a otros placeros en los que siempre se encuentra luz.
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