Los veranos en el pueblo
Miércoles, 21 de agosto 2019, 05:00
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Miércoles, 21 de agosto 2019, 05:00
Quien tiene un amigo tiene un tesoro, sí. Quien tiene un amigo con pueblo, mucho más. Ya si es usted el que tiene pueblo propio, ... no le voy a decir la suerte y el tesoro que tiene...
Yo no soy de pueblo en el sentido estricto de la expresión. Nací y me crie en Salamanca, pero mis padres sí lo son y yo me siento heredera legítima de ello. He pasado tanto tiempo allí de mi infancia y adolescencia (de la edad adulta un poco menos, por cuestiones laborales) que todas esas horas, días, meses y años me los han de convalidar.
Tener pueblo es una suerte, por muchas razones. De niño te ofrece experiencias y ventajas impensables en cualquier ciudad. Para empezar, un pueblo es (como diría la canción)... un pueblo es LIBERTAD. Cuando llegabas al pueblo en verano, se acababan los horarios estrictos y la presencia permanente de los adultos. Podías jugar libre, coger la bicicleta -una vez que aprendías a montar se convertía en una extensión de tu persona- y no volver a casa más que para fichar en las horas de las comidas. Comer y dormir, eso es lo que hacías en casa. El resto del tiempo estabas en la piscina con tus primos y amigos -soportando aguadillas o haciéndolas si podías-, jugando a las cartas, al escondite, pescando en el río o simplemente comiendo pipas y viendo la vida pasar.
Y cómo se duerme en el pueblo... Tan a gusto, que por la noche te llegabas a echar una colchita en pleno agosto y después de comer, las siestas eran sagradas. Igual que el aperitivo de los domingos, ese momento de postureo máximo en que todos sacábamos nuestras mejores galas. Tan típico como los vecinos que salen a tomar el fresco a la puerta de casa con sus sillas plegables. O la eterna pregunta de los mayores cuando acababas de llegar: ¿”Y tú, de quién eres?”
Los amigos del pueblo siempre toman un cariz especial. No sólo creces con ellos año tras año -aunque sea de modo intermitente-; juntos habéis compartido un montón de “primeras veces”. Tu primera peña, tus primeras verbenas, tus primer permiso hasta las 5 de la mañana... Tu primera borrachera y quizá también algún primer amor. O algún primer “me gusta fulanito...”. Eso une más que el pegamento fuerte y provocaba que después pasaras todo el año intercambiando cartas. Con una intensidad que ya quisieran muchos posts de Facebook o de Instagram.
Hoy, más de 30 años después de hacer allí a muchos de mis mejores amigos, nosotros hemos cambiado (unos con algún kilo más, otros peinando canas, otros con dos churumbeles a cuestas...), pero no el cariño que nos tenemos y las ganas de vernos. Allí hemos forjado nuestra personalidad y fabricado muchos de los mejores recuerdos de nuestra vida.
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