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Esa aciaga noche que los madridistas nos fuimos a la cama incapaces de asimilar cómo el mejor equipo del mundo se estrellaba contra un Segunda ... B, con un presupuesto que no alcanza para cubrir lo que nuestras estrellas favoritas se gasten en peluquería o en tatuarse por toda su anatomía sus trece copas de Europa, reconozcamos que también dormimos reconfortados de que puedan suceder estos milagros que sirven para recordarnos que a veces también el fútbol, ese fantástico entretenimiento que inventamos para distraernos de nuestros problemas, pueda impartir en momentos puntuales unas cuantas lecciones de justicia, solidaridad, humildad y esfuerzo, haciendo un extraordinario corte de mangas a ese poderoso caballero que cantaba Quevedo, el envilecido Don Dinero.
Pero no solo eso. También y de postre, nos dejaba otra enseñanza de la que parece que no se ha extraído la oportuna moraleja a juzgar por los muchos análisis deportivos que desató el naufragio del trasatlántico blanco: La del respeto al veterano. Algo, por cierto, que también está presente en nuestra sociedad actual en todos los órdenes de nuestra vida. Es decir, todos los expertos en materia futbolística señalaron sin excepciones que el fracaso del Real Madrid se producía por no haber sabido jubilar a tiempo a sus estrellas, muy pasadas de caducidad para la práctica del fútbol. “Le han dado tantos títulos a Zidane que éste no se atreve a sentarlos, incapaz de enfrentarse al inevitable cambio de ciclo, que a estas alturas piden las fechas de nacimiento anotadas en sus carnets de identidad” se escuchaba pontificar en los corifeos deportivos nocturnos.
Curioso que a nadie se le ocurriera señalar que precisamente el héroe de esa noche, el que tuvo la mayor responsabilidad en mandar cabizbajos a la ducha a los jugadores del Madrid, fuera precisamente el portero José Juan Figueiras, un tipo que el mes pasado cumplía los 42 tacos. Un humilde guardameta con diez años más que algunos de esos, para los que la docta y entendida peña de analistas deportivos piden el destierro.
Benditos sean los José Juan del mundo, capaces ya no sólo de sacar los imposibles disparos a la escuadra de los delanteros del Madrid, sino también de despejar tanto torticero, absurdo y contradictorio razonamiento y mandarlo de puños al cuarto anfiteatro.
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