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Una de las muchas consecuencias que nos trajo la pandemia ha sido el descenso de afluencia en los restaurantes y el correspondiente incremento de comidas ... para consumir en casa. De ahí el número de plataformas que ofrecen este servicio y la cantidad de “riders” que se mueven por nuestras ciudades con los encargos camino de la entrega. Esta modificación en los hábitos gastronómicos no ha operado en todos los lugares por igual. En Salamanca, por ejemplo, coexisten los ciclistas, motoristas y patineteros que acarrean la pitanza a los hogares con los restaurantes convencionales. Estos, por su parte, están bastante concurridos, ya que las reticencias que muchas personas mostraron a la hora de consumir en locales cerrados van desapareciendo. Las terrazas, haga frío o calor, forman parte de la solución y ayudan a levantar la maltrecha caja hostelera.
En otros lugares el número de restaurantes cayó visiblemente desde el aciago 2020, porque quienes invertían un elevado porcentaje del presupuesto destinado a alimentación en comer fuera de casa modificaron los hábitos. En algunas grandes ciudades muchos altos ejecutivos solían alquilar antes de la pandemia apartamentos en los que no existía el menor atisbo de cocina. Creían que no la iban a necesitar. Todo lo más, se conformaban con una cafetera de cápsulas, una tostadora para el improvisado desayuno y un pequeño frigorífico. El resto de las comidas llegaban a golpe de tecla.
Por eso es de agradecer que en España, salvo los ya lejanos días del confinamiento, hayamos podido acudir al bar/cafetería para disfrutar de esa primera colación de la jornada --en sus versiones moderada o pantagruélica—, al café funcionarial, a esos almuerzos tan mediterráneos de media mañana con carajillo incluido o a los chocolates de media tarde con churros, porras y tortitas.
Los restaurantes, tal como los conocemos hoy, no son tan antiguos históricamente hablando. Se dice que el primero en Estados Unidos se fundó en Boston en 1634. Hay, no obstante, testimonios de que ya en el siglo XIV los londinenses acudían a establecimientos donde, además de intensa vida social, se podían degustar carnes de diversos tipos en mesas comunales. En esas fechas, el oficio de cocinero era servil y estaba mal considerado. No hay más que ver la descripción que en Los Cuentos de Canterbury hace Chaucer del cocinero que acompañaba a los peregrinos. A partir del XVIII, en cambio, las gentes de posibles buscaban visibilidad y ostentación compartiendo mesa y mantel en lugares públicos. Ver y ser visto era el propósito. En 1900 se publicó por vez primera la famosa Guía Michelín, y 26 años más tarde aparecerían las no menos famosas estrellas. Si el desabastecimiento de vituallas lo permite, disfrutemos mientras podamos de los placeres de la mesa.
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