Los pedos de las vacas eran inocentes
Lunes, 6 de julio 2020, 05:00
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Lunes, 6 de julio 2020, 05:00
Pues no. Las vacas no tenían la culpa de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sus eructos y ventosidades no eran las responsables del ... cambio climático. El todopoderoso y nocivo ‘lobby vegano’ ha vuelto a errar. Sus campañas de difamación apoyadas en supuestos estudios científicos son una absoluta farsa. Una burda maniobra para desprestigiar la actividad ganadera con el único objetivo de acorralar a los que producen y consumimos carne y, además, disfrutamos con ello. Porque ese es su objetivo. Tocar la fibra a un determinado sector de la población sensibilizado con la deriva de nuestro planeta. Hacerles ver que, si no se pasan a su limitada dieta a base de verduras, frutas, hortalizas y legumbres, están dando una puñalada a la Tierra. Enfangar el debate mezclando de forma mezquina cambio climático con veganismo. Como si los omnívoros fuéramos menos sensibles a este problema. O tuviéramos que pedir perdón por comernos animales cuya única función es la de alimentarnos.
Una vaca o un cerdo no existen para tenerlos en casa de mascota y que nos acompañen fieles durante el confinamiento. Sin embargo, el ‘lobby vegano’ niega la mayor y por ese motivo es imposible el debate. Considera a los animales como iguales. Seres con sus sentimientos que no están predestinados para llevar a cabo ninguna función concreta en la vida. El próximo paso será dotarles de la capacidad de razonar, y entonces llegarán las denuncias a los gallos por violencia de género o a las cerdas que aplastan a algunos de sus lechones nada más parir por filicidio.
Pero volvamos a la vacas. Los datos han hablado por sí solos. Durante el confinamiento provocado por la pandemia del coronavirus, los valores medios de dióxido de nitrógeno en grandes capitales como Madrid no llegaron al 40 por ciento marcado como límite por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia ha concluido que los niveles de concentración de dióxido de nitrógeno cayeron una media del 64 por ciento en las principales ciudades españolas. Sin embargo, las vacas seguían en el campo y en las granjas. La realidad nos dice que la ganadería, tanto extensiva como intensiva, representa solo el 7 por ciento de los gases de efecto invernadero que se expulsan a la atmósfera por el 27 por ciento del transporte o el 20 por ciento de la industria. Durante la pasada Cumbre del Clima de Madrid se escucharon aberraciones como que el vacuno provocaba un efecto tan nocivo para el planeta como la contaminación que genera la aviación. Todos estos argumentos se han caído como un castillo de naipes. La ganadería, además de imprescindible, no tiene absolutamente nada que ver con el cambio climático.
Los responsables de esta degradación de la Tierra son otros, pero no por ello vamos a prohibir ni el transporte, ni la industria, ni los aviones. El trabajo en ese sentido consiste en ser cada vez más sostenibles. Si algo ha demostrado la pandemia del coronavirus es que Madrid puede seguir funcionando con gran parte de su tejido laboral trabajando desde casa. Hay herramientas para paliar el insostenible grado de polución provocado por el tráfico en la capital de España. Si todos los estudios nos dicen que en tiempos de la COVID-19 los vehículos particulares son la opción más elegida por la población en detrimento del transporte público, no queda más remedio que cambiar el chip. Desahogar Madrid con un fomento del teletrabajo.
Y si trabajamos desde casa dará igual hacerlo en uno de los cuchitriles de 20 metros cuadrados por los que se pagan mil euros en la capital de España, o desde el jardín de la casa del pueblo. Eso siempre y cuando las administraciones despierten y doten de una puñetera vez a la ‘España vaciada’ de servicios básicos y de un internet de alta velocidad. Porque a día de hoy las únicas que siguen en esos pueblos son las vacas y sus dueños. Aquellas que quiere aniquilar el ‘lobby vegano’ para dar la puñalada mortal al medio rural de nuestro país.
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