Los muertos importan poco
Lunes, 18 de enero 2021, 04:00
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Lunes, 18 de enero 2021, 04:00
Para el ministro a tiempo parcial Illa y unos cuantos desalmados más, los muertos de la COVID-19 importan un comino. Son simples números fríos ... y distantes. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, deben pensar con desdén. Antes de esta criminal Navidad escribí que celebrar una Nochebuena o una Nochevieja al uso era asumir un número obsceno de fallecidos en enero. No lo decía yo, sino los virólogos que saben que el virus encuentra el caldo de cultivo idóneo en las reuniones familiares en espacios cerrados. ¿Esto quiere decir que la culpa es de los sufridos ciudadanos? No, porque la mayoría cumplieron estrictamente las normas que se impusieron en cada comunidad autónoma. El problema fue vender la idea que de podíamos celebrar una Navidad “a medio gas”, cuando no había ni un chispa para encender la caldera. Las medidas restrictivas tenían que haber sido mucho más duras: sin movilidad y con reuniones tan solo de convivientes. De lo contrario, la tercera ola nos engulliría como lo está haciendo.
Es absurdo volver a incidir en lo que se hizo mal en el pasado. Hemos asumido que, hasta que el virus no desaparezca, seguiremos tropezando una y otra vez con la misma piedra dibujando una diabólica curva de subidas y bajadas. Algo está claro: no podemos convivir con el virus. Es imposible. Ningún país lo puede hacer, pero España, por su estilo de vida, mucho menos. Por eso es tan importante acelerar la vacunación y reforzar la campaña con la sanidad privada, con veterinarios o con María Santísima. Es la única tabla de salvación, que además sabemos que funciona. En Israel, con el 25 por ciento de la población vacunada, han conseguido bajar un 50 por ciento los contagios de una tercera ola que también estaba siendo criminal. La solución está ahí. Agarrémonos a ella como si fuera la cuerda que nos tienden en plena caída al vacío.
Pero mientras la ansiada inmunización alcanza unas cifras significativas hace falta tomar decisiones. Gobernar para que los hospitales no se colapsen y los muertos no se amontonen. Yo me pregunto muchas veces: ¿si en algo tan grave como una pandemia no tenemos mando único, para qué narices queremos un Gobierno despilfarrador con 23 miembros? La actitud del ministro Illa es criminal. Tomar decisiones que afectan a la vida y a la economía de miles de personas en base a tácticas electorales es abyecto. El filósofo catalán se ha retratado al negarse a retrasar los comicios en su ‘poblado de Astérix’ para no perder su supuesto tirón entre los votantes. Es perverso. Personalmente me importa un pimiento Cataluña, una región problemática cuyos gobernantes se dedican a robar al resto de España para mantener sus políticas secesionistas. Por eso me parece aun más grave que el ministro de Sanidad tenga ojo y medio en los mítines y solo medio en un departamento que hace aguas por todos los flancos.
Una crisis de esta magnitud no puede tener 17 normativas. No puede ser que la Junta de Castilla y León tenga que ser el ‘poli’ malo para aplicar un toque de queda que Sanidad le boicotea. Un boicot que se extiende a comportamientos indecentes como el del alcalde de Burgos, que dio orden a su Policía Local de no multar a los que permanezcan en la calle después de las 20:00 horas. O el que tuvo el perdonavidas soberbio de Óscar Puente, celebrando su cabalgata de Reyes que, en lugar de regalos, trajeron muerte y sufrimiento.
Illa y Sánchez están con una actitud similar a la del perro del hortelano. Rechazan el confinamiento exclusivamente por motivos electorales, pero no permiten a las comunidades aplicarlo. ¿A qué narices están esperando? Parece mentira que no hayan aprendido la importancia de tomar decisiones a tiempo. Que cada día que esperemos se traduce en una ingente cantidad de ingresos y una inasumible cifra de muertos. Pero claro, los fallecidos han pasado a un segundo plano. Lo importante ahora es evitar el desgaste y las elecciones en ese circo del esperpento llamado Cataluña. Eso sí, tarde o temprano tendrán que pagar semejante inacción y desprecio a la ciudadanía.
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