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A esa altura de la gala de los Goya en la que Almodóvar reclamaba más subvenciones para el cine aprovechando la presencia en la ceremonia ... del presidente del Gobierno, el escritor Pérez Reverte, barriendo para casa, saludaba a la afición con un tuit en el que reclamaba que el Estado subvencionara a los editores, libreros, escritores e incluso a los lectores. De paso, y aprovechando que ya estaba metido en faena, reclamaba money para la media docena de sobrinos que tiene trabajando en el extranjero.
El autor de las aventuras de Alatriste tiene razón. De hecho, cuando un servidor estaba mirando los Goya y después de contemplar la pasada semana la decepcionante primera edición de los premios Odeón también se estaba muriendo de envidia porque en el mundo de la música no fuéramos capaces de organizar una gala tan deslumbrante y espléndida en la que el sector de la industria musical además de premiar el trabajo de los grupos, cantantes, productores, arreglistas, instrumentistas, ingenieros de sonido, autores o compositores, también lloráramos juntos ante el respetable por las penurias del sector en estos tiempos de masivas descargas ilegales. Y lo mismo en el mundo del periodismo. ¿Dónde están esos magníficos galardones para la prensa escrita retransmitidos en horario de prime time con directores, redactores jefes, encargados de sección, corresponsales, fotógrafos, columnistas, correctores o encargados de web, desfilando sexys y pintureros por una alfombra roja antes de subir a recoger algún premio y a reivindicar el papel del periodismo en esta época de fake news al tiempo que solicitamos auxilio ante la amenaza de quiebra de tanta empresa periodística?
Y no. No sería tan insólito que en el sofá de cada casa hubiera otros muchos trabajadores de los más dispares oficios intentando arrimar el ascua a su sardina. Me imagino perfectamente a mi vecino fontanero ciscándose en todo lo que se menea sintiéndose minusvalorado al ver cómo la industria del cine ya celebra la 34 edición de los Goya mientras que nunca se ha televisado ni un triste evento en el que los de su oficio pidan ayuda y paridad mientras celebran la perfección de un trabajo bien niquelado desatascando el desagüe de un fregadero, una ducha o la taza del wáter.
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