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UNO de los días sagrados del año para los judíos es el día de la expiación. El Antiguo Testamento recoge la costumbre de seleccionar dos chivos para purificar las culpas. Uno de ellos era sacrificado como ofrenda a Dios y sobre el otro, el Sumo ... Sacerdote posaba las manos en su cabeza para transferirle todos los pecados del pueblo de Israel. Una vez cargado con las culpas, el animal era abandonado en el desierto, para desterrar los males que llevaba consigo y alejarlos. Aquellos fueron los primeros “chivos expiatorios” de la historia, una tradición que nos ha acompañado hasta nuestros días.
El rito lo ha resucitado esta misma semana el presidente del gobierno con sus, siempre indeseables y dispuestos a cualquier maniobra desestabilizadora, socios de gobierno. La expiación organizada en torno a la directora del CNI, como aquel rito, no tiene nada que ver con la Justicia ni con los principios. Simplemente ha sido una ceremonia simbólica para representar que se está dispuesto a todo, con tal de seguir en el gobierno. El sacrificio de Paz Esteban ha sido una mera oblación para exhibir poder, simular trasparencia y disfrazarse de pulcritud.
Hoy como entonces no importa que quien carga con la culpa, no la tenga. Da igual si mancha el honor, o se atropella la carrera de una funcionaria ejemplar. El chivo expiatorio es un simple instrumento aunque cargue con las mentiras de otros.
A estas alturas resulta imposible explicar con cierta racionalidad, la sucesión de despropósitos a la que hemos asistido estos días. Todo comienza con la publicación en una revista, por parte de un sujeto cercano a Puigdemont, de un artículo en el que se denuncia sin pruebas, el supuesto espionaje masivo de los teléfonos de algunos dirigentes independentistas. A partir de ese momento, el gobierno, en lugar de obviarlo hasta que se aporte alguna evidencia, decide darle carta de veracidad y responde. Se revela ante el mundo, que el móvil del presidente y de varios ministros es vulnerable y que el gobierno ha tardado un año en saberlo. Se enfrenta a dos ministros, el de Presidencia y la de Defensa, por ver quién tenía la competencia de evitar esas incursiones. Se cuela a Bildu en la comisión de secretos oficiales para que se enteren de cosas que no deberían saber. Se pide desde una parte del ejecutivo la cabeza de la ministra más valorada y por último, se crucifica a una funcionaria intachable que ha cumplido con su deber, mucho mejor que todos los responsables políticos de los que dependía.
Dice el Antiguo Testamento que “tras la expiación seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová”. Al menos en aquel tiempo, el rito servía para algo. Hoy la maniobra funesta de expiar a los espías ha servido para lo contrario. Se ha manchado la labor del CNI, nuestro prestigio internacional y se ha alimentado el chantaje permanente de los independentistas. Y como seguro que están disfrutando de la ceremonia, antes de un año pedirán otro chivo y si no el tiempo.
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