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Los asesinos no tienen cara de serlo

Martes, 22 de septiembre 2020, 05:00

La historia de Manuela Chavero, sobre la que ayer este mismo periódico recogía las últimas informaciones, es pavorosa por todos sus detalles, pero más aún ... por la sensación de indefensión que provoca. Ese pensar que, tal vez, el inocuo vecino de al lado, algo pesado y un poco rarito (o por el contrario encantador y sin ninguna rasgo chocante) podría ser un malvado criminal. Eugenio D.H. de 28 años -nunca entenderé por qué se protege la identidad de los presuntos asesinos y no de las víctimas-, el único detenido por la desaparición de Manuela, no solo confesó su crimen sino que llevó a los agentes de distintos cuerpos hasta una finca de su propiedad, a unos 4 kilómetros de Monesterio -el pueblo de Badajoz donde mataron a Manuela-, en la que aparecieron unos restos óseos que se están identificando. Obviamente, el supuesto malo se curó en salud alegando que la fallecida murió por accidente, en su vivienda, a donde ella misma quiso ir, tras resbalarse. Es algo casi imposible de creer, habida cuenta de que todo indica que la finada abandonó su domicilio por sorpresa, dejando la luz encendida, la televisión en funcionamiento...

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