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Cuando un amor se rompe, otros ya sabían que se iba a romper. Lo delataban los currículos de los amantes o ese café que uno ... se tomó en no sé qué cafetería, según contó no sé quién y no trascendió porque no se quería echar leña al fuego... “Después de verle los testículos a la vaca, que fácil es saber que es un toro”, dice el refrán. Desgraciadamente, todos somos muy listos cuando las cosas han pasado y conocemos de primera mano lo que desconocíamos antes de que se nos comunicara. O incluso somos capaces de inventarlo si llega el caso, con tal de seguir pareciendo más informados que los demás, sobre asuntos que solo atañen a sus protagonistas. La ruptura de una pareja pública acaba siendo pública, inevitablemente; pero una vez confesada con absoluta tranquilidad por los rompientes ¿qué sentido tiene andar buscando el porqué de la separación o el extender una noticia que se acaba en la misma declaración? ¿Acaso es de interés público lo que se oculta tras la puerta que resguarda la intimidad de cualquier pareja? Y si se trata de una conocida, querida y respetada ¿con qué intención se busca cualquier atisbo de engaño o fealdad que pueda acabar con el cariño y la complicidad de quienes prefieren apartarse a vivir una vida sin el amor que previamente sintieron el uno por el otro?
Además de la maldad que supone tratar de hacer negocio del desamor –que siempre duele, aunque sea de mutuo acuerdo y producto del desgaste- el ridículo del “yo ya lo sabía”, “siempre lo supuse”, “o estaba claro que pasaría” resulta tan abominable como el desmenuzamiento de las historias de los otros, con el propósito de rentabilizarlas. Los amores son complejos siempre. En cada cual hay esto o aquello que podría ser objeto de sospecha. No es fácil amar, ni ser amado. Y demasiadas veces el amor se convierte en puro simulacro. Es muy difícil romper un amor que ha pasado a ser ficticio tras muchos años de ser verdadero, cuando no existen más motivos que el paso del tiempo y de la vida. Supone un acto de valentía y dignidad. Por eso me enerva que haya quien intente aprovecharse de las separaciones amorosas. Quien insista en explicarlas. Quien se empeñe en asegurar que las vaticinó. Quien pretenda saber lo que ni los amantes sabían, ni el propio amor determinaba. Bertín y Fabiola han roto. De una manera modélica. Y conscientes de su condición pública lo han comunicado. Se acabó. Déjenles en paz. No jueguen con los amores rotos.
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