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En 1920, el psicólogo norteamericano Edward L. Thorndike acuño el término “efecto halo”, que consiste en juzgar a las personas a partir de una sola ... característica desde la que establecemos una generalización errónea.
Para demostrarlo, realizó un estudio donde reunió a 137 aviadores del ejército sobre los que pidió calificación a distintos oficiales. Comprobó que el rasgo más llamativo era el que determinaba la opinión sobre la persona y más aún si lo que sobresalía era la apariencia.
Así, si el aviador era físicamente atractivo, de inmediato se le percibía también como más inteligente y incluso más capaz de liderar. En 1972 la Universidad de Minesota amplió el experimento de Thorndike y enseñó a varios estudiantes (esta vez mitad hombres, mitad mujeres) tres fotografías de personas anónimas, con mayor o menor atractivo, a las que pidieron que asociaran a otros rasgos de la personalidad.
El resultado fue tan contundente, que el estudio se bautizó como “Lo que es bello es bueno”. Muchos colegas del propio Thorndike acusaron a la sociedad norteamericana del siglo XX de superficialidad, pero sucesivos trabajos realizados hasta nuestros días han confirmado que el “efecto halo” sigue igual de vigente que el siglo pasado.
Es más, no procede precisamente de entonces, sino que es -como casi todo- una herencia de la Antigua Grecia.
Si hoy sabemos que las personas atractivas consiguen más rápidamente los trabajos, reciben más facilidades en la atención médica o incluso obtienen condenas menos severas en los juicios, no podemos olvidar que Friné, la hetaira que sedujo a no pocos artistas de su tiempo, entre ellos, el escultor Praxiteles quien la tomó como modelo de Afrodita, se salvó de la muerte, tras ser acusada de impiedad gracias a que Hipérides, su defensor, uno de los mejores oradores de su tiempo y, por supuesto, su amante al ver que sus argumentos no prosperaban decidió despojarla de su túnica y dejar al descubierto sus pechos.
Su razonamiento fue que algo tan bello solo podía haber sido creado por los dioses con lo que, encarcelarla o ajusticiarla sería atentar contra ellos... Fue definitivo. Sucedió en el siglo IV a de C. Hoy diría que incluso pasa más. Y no, los bellos no son necesariamente buenos, ni los artistas santos. Hay que saber diferenciar.
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