Secciones
Destacamos
Cuando yo hice la mili, allá en los tiempos de Maricastaña, casi cuando el arma reglamentaria se llamaba “pilum” y el calzado llevaba en la ... suela el número en cifras romanas, teorizábamos acerca de lo inútil del tiempo dedicado a un obligado menester para con la Patria. De hecho, el vocablo “inútil” era uno de los insultos más frecuentes para referirse a quien era incapaz de cumplir cualquier cometido demandado por la milicia: marcar bien el paso, coser los botones del trescuartos o memorizar determinados contenidos teórico-prácticos, tales como el despiece del cetme, por ejemplo. A mí nunca me pareció de extrema utilidad conocer los intríngulis del muelle de rabija o la función de la bocacha apagallamas, pongamos por caso; o que al tanque hubiera que denominarlo carro, o a otro vehículo Transporte Oruga Acorazado. Parecían unos saberes sin gran aprovechamiento para la vida.
Con el tiempo me di cuenta de que hasta lo que se nos antoja más inútil posee cierta utilidad. Como ocurre con la pereza, un pecado capital que podría ser a la vez virtud cardinal y en consecuencia estar a la misma altura de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. De escasa observancia todas ellas en estos mutantes tiempos de tanto apátrida ideológico.
Esto de la inutilidad puede ser muy relativo. Cuando Noé comenzó a construir su barca antes de que empezara a llover, seguro que los vecinos tildaron sus esfuerzos carpinteriles de inútiles e irrisorios. Y ya se vio el resultado. Bertrand Russell elogió la ociosidad, algo que ya había hecho por su cuenta Paul Lafargue, otro provocador adalid de la holgazanería, cubano, yerno de Carlos Marx y autor de “El derecho a la pereza”. R.L. Stevenson, el escocés de “La isla del tesoro”, considera en uno de sus ensayos la ociosidad como una forma de hacer cosas gratificantes que no tienen relevancia desde la perspectiva utilitarista e industriosa de la sociedad, pero que redundan en el desarrollo personal y en la felicidad del individuo. Sorprendentemente, hay quien se queja de no tener nada que hacer, algo muy respetable, pero refutado por Chesterton cuando decía: “yo no me canso de no hacer nada”. Como nuestros gobernantes, incapaces de sacar al país del atolladero. Inútiles totales.
Puede que en términos estadísticos se cuestione si la cultura del esfuerzo prima sobre la civilización del ocio. La línea divisoria entre lo útil y lo inútil es muy tenue y el esfuerzo está hoy mal visto. Especialmente entre las generaciones educadas en la reivindicación de derechos sin la contrapartida de deberes. Las especulaciones ociosas no parecen tener cabida en una sociedad en la que se desdeña todo lo que no tenga aplicación inmediata. Pero yo creo que útil es lo que nos hace mejores e inútil justo lo contrario.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Román Álvarez. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.