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A estas horas de hace una semana usted y yo teníamos la suerte de no saber quién era el tal Pablo Hasél. Antes del pasado martes no habíamos tenido la desgracia de escuchar o conocer la obra de este sujeto al que algunos con mal ... gusto han llamado artista. Pero qué le vamos a hacer, el último giro de este mundo al revés nos ha llevado hasta ese personaje, que llevaba mucho tiempo empeñado en ir a la cárcel para intentar convertirse en mártir de los radicales.
Que no le engañe nadie. El rapero no está en una celda ni por sus ideas, ni por sus opiniones. El individuo ha ido a la cárcel porque su acumulación de antecedentes penales no deja otro camino a ningún juez. Penalizar la reincidencia no es un capricho de España, ni una rareza de nuestro Código Penal. Ya estaba castigada en el Derecho Romano y trata de evitar la capacidad de inhibición de un acusado ante el delito. Y en el caso de este fulano la voluntad de no cumplir la ley está tan clara como su afán de protagonismo.
Esta perogrullada no debería haber ido nunca más lejos. Pero su detención ha venido a coincidir con la campaña de Podemos, que pone en cuestión la “normalidad democrática” del país que se empeñan desgobernar desde el gobierno. El arresto del presunto rapero ha sido el último filón que ha visto el emperador Iglesias para sacar rédito político de la crispación. El vicepresidente se comporta como Nerón. Le gusta tocar la lira mientras ve arder Roma desde su despacho, a la espera de recoger los frutos de la polarización, aunque sea a costa de socavar al Estado al que representa y que al mismo tiempo le paga. Le gusta hablar como un antisistema desde un sillón del sistema. El fuego y la lira. Y después la sonrisa desde su escaño mientras las llamas se llevan por delante parte de nuestra convivencia.
Los disturbios por la detención del presunto cantante son un incendio más. El vicepresidente ha enviado a su portavoz a arengar a los radicales en nombre de la libertad de expresión, mientras verbalizaba en el Congreso su obsesión por controlar a los medios. Otra vez el antisistema empeñado en controlar el sistema. Ni media palabra de condena, ni un mínimo reproche a los defensores de la libertad de expresión que atacan sedes de un periódico u obligan a los periodistas a llevar casco para evitar sus pedradas.
Lo único bueno es que al menos hemos visto su modelo. El adalid de este derecho sagrado para los que han tomado la calle es el tal Pablo Hasél. Un sujeto que ensalza a ETA, al GRAPO o a Al Qaeda y que usa su verborrea para atropellar, insultar y vejar a los demás. La libertad nunca puede ser un paraguas para cometer delitos. La tropa del adoquín no defiende la libertad de expresión, a lo que aspiran es a conseguir la libertad de agresión.
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