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Empecé con el café de sobremesa y terminé la ceremonia de juramento de Biden con merienda de jamón y cerveza tostada. Un espectáculo ver a ... Lady Gaga, peinada como la Estatua de la Libertad, cantando el himno nacional como si formase parte de un musical y un micrófono de oro, porque a pesar de todo ahí queda poderío, que diría nuestro Ángel Rufino de Haro. Fantástica. Lo mismo que a Jennifer López vestida a juego con el color de la Casa Blanca apoyada por una pedrería en las orejas que relucía como un día de Corpus en la provincia, y reivindicando lo hispano en español. Interpretó dos clásicos de la música norteamericana. No se quedó atrás en lo espectacular de la tarde el “Amazing Grace” cantado sin acompañamiento por el enorme Garth Brooks, estrellaza del country, como bien sabe nuestro Inblauk, estrella local del género, con silla en Nashville. Cantó respetuoso sin su clásico sombrero tejano y se despidió dando abrazos y estrechando manos como si no hubiera un mañana, que parece que, ahora mismo, no lo veo. El mejor discurso fue, para mí, el de Amanda Gorman, la joven poeta de moda en Estados Unidos, con su oratoria pausada, perfecta vocalización y movimiento de manos hipnótico, que fue la lectura del poema “La colina que subimos”, que petó las redes sociales: “Hemos aprendido que la tranquilidad/ no es siempre es paz...”. En la CNN se quedaron sin palabras cuando finalizó. Solo faltó, y era de libro, un coro de espirituales que arropase al reverendo Silvester Beaman tras su bendición. Hay que reconocerle a los norteamericanos que llevan el espectáculo en su código genético y aún en las condiciones más adversas lo demuestran. Y la televisión contribuyó a ello. Qué gusto escuchar las voces en su versión original y el sonido ambiente sin la verborrea agotadora de los nuestros.
Si cuento esto es porque es noticia, además de dimensión planetaria, y todos, de una u otra forma, pertenecemos a ese “imperio” que acaba de recambiar a su presidente, dejándonos el histórico momento de la VP Harris tomando posesión. Así se refieren a Kamala Harris, la vicepresidenta o VP, los medios de allá con su lenguaje práctico. Ahora, esperemos que se alivien los aranceles y nuestras chacinas, vinos y aceites tengan más fácil entrar allí. Y fue, también, un momento de alivio en medio de tanta mala noticia y tantas ausencias. Por ejemplo, llevamos varios meses sin esas fiestas de facultad que animaban la calles durante el curso con estudiantes disfrazados: otro espectáculo, aunque menos planetario. Se habla de ellas en el espléndido libro “La fiesta”, de Gustavo Hernández Sánchez, recién publicado. Uno, sin tener ya edad para estos excesos, echa de menos esas fiestas, como las del Códex, que cumplen mañana setenta años. Recuerdo aquellos Desfiles de Pendejos y representaciones teatrales, que no dejaban títere sin cabeza, sustituidas, después, por la etílica Procesión del Vino. Dice Ricardo Fernández en su “Salamanca, crónica del siglo XX”, que el 23 de enero los estudiantes de la Facultad de Derecho organizan, por primera vez, la fiesta del Códex, y cita entre los organizadores a Argimiro Domínguez Acosta, José Ledesma y Francisco GarcíaMontero, creo que hubo más, pero dejo constancia del dato, así como de la letanía que entonaban los estudiantes con sus códigos: “De rollus paraninfus, libéranos dómine; de exámenes cuatrimestrales, libéranos dómine...” la que habría que añadir, “de Donalds tramposus, libéranos dómine...”. Hay memes que le despiden ya circulando por la red y hasta una canción de Celtas Cortos, que igual cantan en Salamanca dentro de unos días.
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