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Estoy impresionado por la magnitud de la tragedia de La Palma, soportada con admirable entereza por esos españoles. Que una lengua de fuego arrample con todo lo tuyo es demasiado. Y solo piden, mansamente, que no les olvidemos. ¡Chapeau!

Pero como de esa lengua ... hay muchas opiniones, me referiré a otras lenguas. Estando en Salamanca, “Ciudad del español”, hablar de lengua es hablar del castellano. La cultivamos desde que Nebrija afirmó que “fue siempre compañera del Imperio”; la enriqueció Unamuno, que compuso el famoso soneto afirmando que “la sangre de mi espíritu es mi lengua”; y sobre el panhispanismo lingüístico tratará el director de la Real Academia, Muñoz Machado, en el Foro GACETA del Español el próximo día 30. Pero no conozco elogio mayor que el de Neruda, que se prosternaba ante las palabras. Consideró a los conquistadores españoles torvos, bárbaros que arrasaban su tierra, pero “salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras”, ese caudal de oro que hoy hablamos más de 500 millones de personas.

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