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El acto oficial del depósito del legado de Marcelino Camacho en el Centro Documental de la Memoria atrajo a éste medios de comunicación de ... todas partes como no se había visto en los últimos tiempos con cámaras dispuestas a entrar en directo y móviles en conexión permanente. Y no era por don Marcelino, parte de cuyo legado había estado ya en esa mesa y sus hijos nos dieron todo tipo de explicaciones a los pocos informadores que estábamos allí entonces. Pero esta vez, el acto contaba con una vicepresidenta de moda, Yolanda Díaz, la de Trabajo, la de la reforma de la reforma laboral, mejor valorada que Pedro Sánchez y dicen, algunos, que le va a disputar las próximas elecciones. No se atrevió la ministra a cantar aquella canción de su infancia que citó: “Marcelino, Marcelino, quién va ganando las elecciones: los chicos de Comisiones”. Imaginé cierta sonrisa en Unai Sordo, secretario general de Comisiones Obreras, tras la mascarilla corporativa. Recordé, viendo esa mascarilla, aquellos tiempos de la Transición, con don Marcelino de cuerpo presente y muy activo, cuando uno coleccionaba pegatinas políticas, que luego regalé. Hoy seguramente coleccionaría mascarillas corporativas. Una colección de éstas podría inaugurar el centro cultural de las Adoratrices en su momento.
La ministra estaba como en casa y Miguel Iceta lo estaba, porque el Centro Documental de la Memoria es de su competencia, el ministerio de Cultura. En un momento salió del barullo para ir a buscar su abrigo y pasó junto a mí, relativamente lejos del lío. Por fin un sitio normal, me dijo. Iceta afirmó que el mejor sindicalista no es el que más reivindica sino el que más obtiene. Como Camacho, apunto. Unai Sordo reclamó una lectura menos amable de la Transición, que tenga más consideración hacia el movimiento obrero. Cuando acabaron las intervenciones y los políticos se acercaron a la mesa donde se encontraban documentos y objetos de don Marcelino, temí mucho por sus gafas, expuestas en una esquina, entre empujones para conseguir el mejor ángulo. Eché de menos uno de aquellos legendarios jerséis que su mujer, Josefina Samper, le hacía y llevaba a la cárcel, aunque estarán, seguro, en la exposición pública del legado que se haga en su momento, me dijo alguien. Nadie quiso hablar de la reforma laboral y quedó en el ambiente la pregunta de qué pensaría Camacho de este momento nacional. Llámelo coincidencia, pero el fin de semana que viene volveremos a recordar la Matanza de Atocha y a nuestro Serafín Holgado. Aniversario precedido de la presentación de una novela ambientada en aquella tragedia, “Atocha 55”, de Joaquín Pérez Azaustre. Hace poco volví a entrar en el portal de la Matanza, remozado, pero aún cargado de cierta electricidad emocional.
Estos días también se ha recordado a Julio Robles en el aniversario de su muerte. Un recuerdo que ha coincidido con el anuncio de Pedro Gutiérrez Moya, “Niño de la Capea”, de que reaparece. Se da un homenaje en el aniversario de su alternativa. Robles y Gutiérrez protagonizaron la era dorada del toreo salmantino, que espero que reactiven Marcos Pérez o Raquel Martín, nuestros talentos más jóvenes, en un cuadro de honor con diestros como los Castaño, López Chaves, Alejandro Marcos, presente ayer en la Ofrenda a Robles, Capea,... Me llamó la atención en el Casino, en el acto de homenaje a Robles, la notable presencia de jóvenes que no coincidieron, por edad, con el malogrado diestro. Los toros son también poesía. Lorca, por ejemplo, anoche en el escenario del Liceo con Carmelo Gómez, trastulo del Estudio salmantino, arrebatado por José Tamayo para la “Taberna Fantástica”. Toros habrá en las Adoratrices. La biblia de la tauromaquia, el “Cossío”, nos habla de José Cándido Expósito, diestro solemne del siglo XVIII, que fue niño abandonado en una casa de expósitos, como lo fue en otra inclusa Gregorio Tébar, el “Inclusero”, y algún otro. Qué emocionante (y durísima) la exposición sobre los expósitos salmantinos, de la Diputación, en La Salina. Antes del Hospicio Provincial, los expósitos eran abandonados en la calle Gibraltar, en la actual sede del Archivo de la Guerra Civil, donde, coincidencia, ya se clasifica el legado de don Marcelino, que también llenó unas cuántas plazas de toros.
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