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D ENTRO de la absoluta anormalidad en la que vivimos, encontrar en la calle a los vendedores de gargantillas de San Blas te reconcilia con ... lo que sea, que ahora mismo no sabría decir qué es. Fue de lo último normal que vimos antes del gran confinamiento. Con su cruceta de madera y las coloridas gargantillas colgando como flecos, igual que si fuese un estandarte que anuncia salud, se han adelantado a las cigüeñas, que suelen llegar por estas fechas a ocupar las espadañas y alborotar al vecindario con sus llamadas. Vendrán porque lo manda el refrán. Pero este año no habrá celebración de ningún tipo por San Blas más allá de ponernos hasta el Miércoles de Ceniza la bendita cinta, que ningún mal hace y sí protege la garganta de quienes tienen fe en la tradición. Toda protección es poca en estos tiempos que corren, en los que todo es gris y triste, como Salvador Illa, salvo esas gargantillas.

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