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UNA se levanta por la mañana, tranquila y feliz y de pronto encuentra una entrevista en un periódico, a la autora de una copia disimulada ... del último de sus libros, publicado el pasado mes de febrero. Por suerte, el copiador/a no ha podido abarcar los doce siglos (del VIII al XX) de Pasiones carnales (Espasa) y ha empezado el recorrido con Felipe V, que para eso es el primer Borbón y es más fácil de, ejem, “documentar”. Pero es que no es la primera vez. Ya un par de meses atrás hubo otro copiador/a (no pienso decir sus nombres ni sus títulos ni hacerles publicidad) que decidió que eso de los amores de los reyes que cambiaron la historia de España y sus, ejem, peculiaridades respecto a las pasiones y el sexo tenía mucho interés y..., estando ya la investigación hecha por mí, oye, se ganaba mucho tiempo. Los colegas -y a veces hasta amigos- que también se percatan de cómo va la fiesta, o bien se echan las manos a la cabeza o bien te consuelan diciéndote aquello de: “Tranquila, la copia es homenaje”; pero claro, una, después de haberse dejado la salud en más de cien libros y documentos, para rebuscar en la trastienda de la historia, conseguir contar todo aquello que tantas veces nos ocultaron y demostrar cómo influye en el desarrollo de los acontecimientos, está difícilmente consolable. Sin embargo, debería estar acostumbrada.
A lo largo y ancho de todos mis años de profesión periodística y literaria me he encontrado, día sí y día también, personas que replican las palabras de otros sin citarlas, que se apropian datos, textos, trabajos o que copian sin compasión y sin vergüenza. Y es curioso, porque muchos de los que lo hacen son capaces no solo de exagerar sus méritos, presumir de investigaciones que nunca existieron o alargar su currículo hasta la extenuación, aunque no tengan ni la mínima formación pertinente. A estos, “indocumentados”, casi se les perdona, porque oye, tienen el mérito de haberse inventado al personaje que necesitan para sobrevivir. Son un poco descarados, ya. Pero bueno, la vida es dura. Los peores son otros/as, a los que se les supone el valor y el talento y que están agazapados como leopardos para saltar con rapidez sobre cualquier contenido ajeno que puedan utilizar. Me contaba el otro día una grandísima escritora -cuyo nombre no daré, por respeto a su intimidad- que un afamado psiquiatra la invitó a una tertulia en un domicilio privado y le pidió que expusiera lo que era para ella la felicidad. Ella lo hizo con maestría, como suele hacerlo todo, y acaparó los aplausos de los presentes. Al día siguiente él repitió la frase en la tele, sin cambiarle una coma, haciéndola suya, naturalmente... Uno de los grandes popes de la gastronomía me pidió hace años que escribiera un texto sobre el agua. Lo hice recuperando dichos, refranes y frases célebres con los que construí un texto corrido, en el que por supuesto citaba a los autores, que leí en la reunión pertinente. El pope, me lo pidió y... lo fusiló en uno de sus libros, sin citarme, naturalmente. Dos ejemplos “bonitos”. La historia, al completo, está repleta de ellos. Y de copias, claro. Que, por cierto, nunca alcanzan ni la sombra del original...
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