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Este calor terminará por arruinar la cosecha. Un calor de canícula que enciende el deseo de un refrescante gazpacho, hijo de la kaspa íbera, ... de la posca romana y, sobre todo, del tomate americano. El tomate lo cambió todo. También la patata provocó sus cambios. No dejó de ser inmediatamente comida de segadores y gente grosera, como escribió Sebastián de Covarrubias, que anduvo por estos pagos, pero casi. Llegó a las mesas nobles, a las de escritores como Azorín, y hasta a las canciones de Sabina, en una de las cuales hablaba de su primera mujer, que le tenía cogido el punto al gazpacho que era gloria bendita. La Biblia de esta sopa es el “Breviario del gazpacho y gazpachos”, de José Briz, así, en plural, para evitar polémicas territoriales sobre su autoría, o de concepto, por los ingredientes y el método.
El gazpacho que falta en la vitrina de la exposición “Eslabones de tradición”, que se inauguró ayer en el patio de La Salina para conmemorar los diez años del Instituto de las Identidades (IDES). Hay perrunillas, floretas y bollos maimones, o roscas, que se les llama también, tan propias de las bodas charrunas de estos días y las fiestas de madrinas. Ese gazpacho que recomponía a los segadores de hoz en mano y espalda doblada, alquilados en ferias de mozos. La muestra relata cómo los talleres del IDES transmiten los conocimientos y técnicas que antes pasaban de padres a hijos o de maestros a discípulos, gracias a los cuales hoy se pierden menos elementos tradicionales que si no existiesen. Juan Francisco Blanco, su director, me ha dicho que algunos alumnos se han reencontrado en ellos con oficios de sus ancestros que no consideraban heredar, hasta que descubrieron el poder de la tradición. Y de la genética. Diez años, más de tres mil doscientos alumnos y un puñado de profesores entregados a la causa: Javier Valbuena, María Fernanda Martín, Isabel Martín, María Boufard, Ángel Rufino, “Mariquelo”, Manuel Pérez, Ignacio Sánchez, María Isabel Sánchez, José Luis Salinero o José Antonio Martín, a los que podemos unir los que fueron y remontarnos a los tiempos de Ángel Carril o Pilar Magadán. El IDES es un caso único en España: no hay otro igual y casi ni parecido, pero es que como Salamanca no hay otra igual, también, en tradiciones. Esta tarde toca fiesta en el marco de la exposición, en ese patio de leyendas cuyas paredes sudan sal. Y veremos un documental de David Gómez Rollán sobre la esencia de esos talleres.
Unas horas antes, el Bulli, Ferrán Adriá, explicaba doctrina a un grupo de hosteleros unos metros más abajo. Básicamente, que hay que mantener la ilusión del primer día todos los demás. Y guardar para el cierre. Impartió doctrina en temporada alta, cuando los locales llenan los fines de semana con bodas, comuniones y graduaciones. Algunos, también, con despedidas de soltero o soltera. Y viajeros, claro. En febrero, hubiese supuesto una inyección necesaria porque es la peor estación del año y no saben qué inventar. Porque, además, el gazpacho en ese tiempo no apetece ni en vaso de chupito. Ahora sí. Hasta en la terraza, en helado o para abrir boca, incluso de primero. No deja de ser una sopa. Entre quien entre en La Salina debe saber que el IDES es un asunto muy serio, porque allí se estudia cómo éramos y somos, algo así como uno de esos almacenes de semillas listos por si los cambios climáticos son radicales y nos dejan sin cosechas. Lo que incluye a los gazpachos.
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