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Últimamente ha sido noticia el indulto de la tilde, aherrojada en el caso de algunos vocablos desde que a la RAE se le ocurrió la ... necesidad de simplificar la ortografía en los relativo a los acentos diacríticos. Ha bastado un simple trazo, una vírgula, apenas un rasgo mínimo sobre una letra para desencadenar una zapatiesta en el seno de la Docta Casa. Se diría que en el fondo de esa modificación late la idea tan subrepticiamente inoculada en la sociedad actual de la búsqueda de lo sencillo, de que todo resulte más fácil, más líquido y blandito para evitar complicaciones atentatorias contra la comodidad del escribiente. Se mantuvieron, eso sí, las distinciones con tilde en determinados sustantivos (té), pronombres (tú) o adverbios (más) para distinguirlos de otras formas gramaticales con grafías idénticas, salvo el pequeño detalle del acento ortográfico.
Ahora, como consecuencia de la turbulencia, se opta por el fácil remedio de despejar la ambigüedad según el criterio de quien escribe, algo que no deja de tener unos tintes marcadamente subjetivos. A la vista de la revisión de la norma, ya no cabe la posible confusión en oraciones del tipo de “Él solo atracó un banco en la Gran Vía” bien distinto de “Él sólo atracó un banco en la Gran Vía”. La distinción es fundamental tanto para el atracador como para el banco atracado, tal y como los lectores podrán apreciar. Resulta evidente que la existencia de tildes y vírgulas en general complican las formas escritas de las lenguas en cuyo seno se han mantenido a lo largo del tiempo. Mayor lío aún si hay distintos tipos de acentos o si se siembran los textos de cedillas, como en francés o en catalán. En español tenemos a timbre de honor el bigotito sobre la “n” que singulariza marcas y valores patrios entre los que se cuenta la mismísima identidad de la nación española, por no mencionar nuestro castizo “coño”. Para desesperación de los fabricantes de teclados. Pero la “marca España” no lo sería tanto sin esa seña distintiva que es la “ñ”. Aparte de eso, la tal marca España es, en mi opinión, un provechoso chiringuito para quienes viven de ella.
En mi época de estudiante, omitir un acento en dictados o redacciones suponía la pérdida de medio punto en la calificación del ejercicio. De ahí que uno procuraba andarse con ojo no sólo en determinados monosílabos sino también con las palabras agudas, llanas, esdrújulas y sobreesdrújulas. Creo que estoy a favor de los tilderos, es decir, del uso de la tilde tanto en el adverbio de marras como en los demostrativos. Tal vez por ser víctima del conservadurismo ortotipográfico inoculado en los años del heteropatriarcado escolar. Otra alternativa es que cada uno escriba como le dé la gana, extrapolando así, en plan populista, el transgénero a la gramática.
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