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Desde mi columna anterior a esta, parece haber pasado una eternidad. El bicho nos ha confinado en casa, y vecinos, amigos y familia se han ... convertido en una cosa intocable a la que solo tenemos acceso telefónico o desde los balcones. Fue todo tan inesperado, que los primeros días el aislamiento se hizo chanza y chirigota: el vecino que sacaba al perro a la calle colgado de un arnés por la ventana; la recién parida que, por no tener dónde comprar faja, la tomó prestada de la vecina desde la ventana; la comunidad de vecinos jugando al bingo en la ventana... Porque la ventana comenzó a ser la distancia de prevención y el escenario social de nuestras vidas: un lugar donde aplaudir, cantar, tocar la flauta o sonreír a la humanidad. Hasta aquí el asunto tuvo su punto anecdótico y jocoso, y los videos que se sucedían hacían reír a carcajadas. Recordé incluso alguna divertida escena del Licenciado Vidriera. Uno de los pocos estudiantes capigorrones a los que la literatura del Siglo de Oro permitió ser letrado en lugar de pobre pícaro. Aunque Cervantes, su autor, hizo que se le fuera la pinza y Tomás Rodaja –que así se llamaba– dio en creer que todo él era cuerpo de cristal. El “probito” hasta a comer tenía miedo, no fuera que un cacho de carnero le quebraba la garganta. Porque no muriera de inanición, la gente le acercaba fruta dentro de la vasera de un orinal colgado de una larga vara.

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