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El ministro Castells ha resucitado para anunciar la promulgación de una nueva Ley de Universidades que se conocerá como LOSU, y que sin duda alborotará ... el gallinero universitario. De persistir en su idea, este plácido durmiente dará pie a que la próxima temporada otoño/invierno resulte movidita en los campus. Propone regularizar la duración de los grados, para que sean todos de cuatro años y los másteres de uno; amaga con abrir el melón del nombramiento de rectores; y, entre otros polémicos asuntos, quiere que los estudiantes tengan mayor representatividad y poder --¿aún más? —en los órganos de gobierno. Desde hace décadas, ninguna reforma educativa ha resultado mejor que la precedente, pero a este ministro le da igual. Demagogia, populismo y ganas de enredar no le faltan.
Cada cierto tiempo aparecen informes y estudios que abordan el mundo universitario y sus circunstancias. Acabamos de conocer dos ejemplos de cosecha salmantina. Bajo el epígrafe general de “La Universidad del siglo XXI” publican sendos libros dos figuras conocidas de nuestro Estudio: José Ángel Domínguez y Ricardo Rivero. Ambos abordan la cuestión universitaria desde dos perspectivas diferentes. El primero, Calidad y Universidad, repasa la evaluación universitaria y, a la luz de los métodos, normativas, análisis y resultados, plantea una pregunta compleja: ¿se garantiza debidamente la calidad en medio del marasmo de legislaciones, agencias, modelos y protocolos que han asediado a la universidad en los últimos años? Dada la larga trayectoria de José Ángel Domínguez en responsabilidades relacionadas con la evaluación de la calidad, primero en Salamanca y después en la ACSUCYL, la respuesta es que la sociedad puede confiar en sus universidades. En unas más que en otras, añadiría yo.
Por su parte, el actual rector se embarca en aventurar el futuro por donde transiten los estudios universitarios, partiendo de un pormenorizado acercamiento diacrónico, que necesariamente viene condicionado por los ocho siglos de ininterrumpida trayectoria de la Universidad de Salamanca. En El futuro de la Universidad, Rivero no duda en “mojarse” a la hora de introducir el bisturí administrativo en la abundantísima documentación que maneja. Concluye, optimista, que, a pesar de todos los avatares, las universidades han sabido sortear múltiples desafíos a lo largo de la historia: religiosos, políticos, económicos y, en los últimos tiempos, tecnológicos. La supervivencia, está, pues, garantizada, como lo está la sucesión de quienes hemos bregado en las aulas creyéndonos insustituibles. Y también lo estará, en el caso concreto de Salamanca, en la memoria de sus miles de Alumni repartidos por todo el mundo. Ellos son los mejores embajadores del pasado y el estandarte más señero del futuro.
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