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El pasado miércoles fui al Teatro de la Abadía de Madrid, donde hasta el próximo 13 de diciembre estará en cartel la historia de Giulia ... Toffana, que después girará por España. La Toffana aborda el juicio a esta mujer, su ayudante y su hija que, en el siglo XVII y en colaboración con un clérigo de alta graduación e influencia, proporcionaron a más de seiscientas mujeres el “agua Toffana”, un veneno inodoro, incoloro e insípido, absolutamente fulminante, con el que las damas, acabaron con las vidas de sus “abusivos” maridos. La obra, más allá de cómo está contada por la espléndida dramaturga Vanessa Montfort y la impecable interpretación de Victoria Teijeiro, Amaranta Munana, Aitor de Kintana y María Herrero (que además dirige la obra), cuenta con una particular puesta en escena y una música ad hoc, que ayudan al espectador a meterse de lleno en los claroscuros de un relato para la reflexión. Tres mujeres marcadas por la miseria, la desolación y la mala suerte, que protagonizan una vida repleta de carencias y sufrimiento (avivados por las presencias masculinas), se convierten en un trío de ángeles justicieros que, aunque no mata con sus propias manos, ayuda a acabar con las vidas de centenares de varones “perversos”. La inquietante figura de ese representante de la Iglesia aprovecha la coyuntura para convertir en negocio la desesperación que confiesan quienes luego se convertirán en asesinas, es imprescindible para las fabricantes y distribuidoras del veneno, que necesitan de su cooperación para hacérselo llegar a las “necesitadas” mujeres. ¡Pobres damas sometidas, deseosas de liberarse de su yugo! dirán algunos. Malvadas matahombres, dirán otros. En tiempos como los que vivimos, donde hay quien piensa que las mujeres somos “seres de luz”, incapaces de atrocidades como las que contemplamos a diario y que entran en la categoría de violencia de género, la obra da para pensar si este episodio histórico podría enclavarse dentro de otra categoría de “violencia de género”. Lo maté porque era hombre... y mi castigo. El asesinato nunca es justificable, salvo en defensa propia. Hay que saber si la defensa propia cabe, si se articula con premeditación y alevosía. También cuántas mujeres a lo largo de la historia, además de las de la lista de este caso, habrían utilizado un veneno infalible, que no deja rastro, de haberlo tenido en sus manos. La obra merece la pena. No se la pierdan si pasan por Madrid y si no espérenla o reclámenla en sus ciudades. Me agradecerán la recomendación.
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