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CADA año, más de 200 millones personas se contagian de malaria en todo el mundo. En las últimas dos décadas, fallecieron unos 25.000.000 ... de afectados por este mal. Unos 3.000 niños mueren al día a causa de este parásito; más de dos cada minuto. Se ha avanzado bastante en el campo de las vacunas y de los tratamientos, pero aún no se han implementado políticas eficaces que nos permitan vislumbrar el fin de esta tragedia. Parece mentira que una enfermedad tan antigua siga castigando a la Humanidad de este modo.
Pero la malaria —o paludismo, porque de los dos modos se llama— es un mal que en contadas ocasiones se manifiesta en el mundo desarrollado. Desde que se declaró erradicada en 1964, en España sólo se manifiestan algunos casos importados. Dicho en términos estadísticos, se trata de una “enfermedad rara” en países ricos como el nuestro, que son los que están en condiciones de investigar y de comprar dosis, y ya sabemos qué ocurre con estos males cuyo remedio es tan poco rentable.
Si la covid-19 sólo se hubiera extendido entre los desheredados del mundo, probablemente no habríamos contado tan pronto con una vacuna. Mucho se habla sobre su eficacia; aún más, a medida que el virus experimenta mutaciones. Con todo, y a pesar de lo que se diga desde el necio negacionismo, la inmunización inducida está siendo muy eficaz. Sin ella, las actuales cifras de contagio —la incidencia actual casi multiplica por diez a la del año pasado en estas mismas fechas— habrían llevado a un nuevo colapso de nuestro sistema hospitalario y de nuestra economía. El proceso de vacunación en España está resultado un éxito. Gracias a ello se ha amortiguado la caída a los infiernos a la que nos habrían llevado de nuevo los errores de los gobernantes y la egoísta imprudencia de tantos ciudadanos.
Creímos que el túnel de la pandemia nos haría mejores personas. Así lo pensé, pero hace meses que retorné al pesimismo en el que siento haberme afincado. Hace un par de semanas, nuestra ministra de Sanidad anunció la próxima administración de una tercera dosis. En Francia, Macron iniciará el proceso en septiembre. Mientras tanto, y aunque la cooperación avance lentamente —España acaba de enviar las primeras 750.000 dosis de AstraZeneca a cinco Estados iberoamericanos—, los países más pobres del planeta apenas han recibido viales.
Aunque haya suficiente comida en el mundo para que todos sus pobladores tengan una vida saludable, 25.000 semejantes mueren de hambre cada día. Si no lo hacemos por humanidad, hagámoslo por interés. El hambre no se contagia, pero el coronavirus, sí.
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