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Sin duda había que intentarlo. Antes del verano, al final del confinamiento que resolvió la primera ola de la pandemia, parecía razonable plantear un retorno ... a la presencialidad para el arranque del nuevo curso, en un septiembre que entonces resultaba lejano y que se atisbaba relativamente despejado. Había que estar preparados para lo que pudiera venir, pero el énfasis en la universidad española se puso en organizar una presencialidad “segura”, es decir, un regreso a las aulas compatible con el respeto a los protocolos sanitarios que estuvieran vigentes. Sería injusto afirmar que al tomar esa decisión las universidades sucumbieron sin más a las presiones de los intereses económicos y sociales dependientes de la actividad universitaria. Esas presiones, legítimas, existieron y en algunas ocasiones, como suele suceder en nuestra ciudad, confundieron el beneficio privado con el de una institución que debería colocar por encima de cualquier otra consideración sus propias necesidades. Pero una universidad pública constituye, y no es redundancia, un servicio público, y si esa universidad es presencial la mejor manera de ofrecer dicho servicio es hacerlo de acuerdo con esa naturaleza presencial. La educación presencial, por otro lado, es la más justa e integradora desde un punto de vista social, la que menos discrimina en función de los niveles de renta del estudiantado. Así que a pesar de que algunas universidades muy relevantes, sobre todo fuera de España, apostaron por convertirse este curso en universidades telemáticas, la “presencialidad segura” era probablemente la mejor opción.

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lagacetadesalamanca La pandemia en la Universidad