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La nueva España y el rey

Martes, 14 de abril 2020, 05:00

No se equivoquen. El rey es el Jefe del Estado pero no tiene la potestad de disolver las Cortes a su antojo. Podemos pedirle más ... presencia y más contundencia, pero su capacidad de actuación es muy limitada. No así su influencia. Y muchos esperan que haga uso de ella ahora. La España que surgirá tras el coronavirus será, sin duda, una nueva España. Distinta y atormentada. Con graves problemas de salud social y económica, muchos millones de parados y una crisis de confianza en la gestión de los políticos. Los que ahora ostentan el poder están superados. Y se les ve. Se les nota. En cada acto y en cada palabra resbaladiza. Y cuando todo esto acabe, que acabará, tendrán tantas cicatrices de guerra, que es muy posible que queden, en conjunto, inhabilitados. Por eso es imprescindible un gran pacto de Estado que asegure que quedan fuera los intereses de cada cual, con sus pequeños errores y sus grandes mentiras. Un pacto en el que quepan los distintos grandes pensadores y estrategas políticos de este país para que, entre todos, puedan plantear soluciones plausibles para ese futuro pavoroso que nos aguarda. Están muy bien los aplausos, las canciones de aliento, la solidaridad ciudadana y la buena voluntad. Pero apoyar sin titubeos las gestiones de unos políticos desbordados, que no saben la dirección que deben tomar y que cada día nos aturden más en esas ruedas de prensa capadas y utilizadas más para el mitin que para la respuesta, no parece el camino. Aunque la situación exige una determinación que no nos toca a nosotros ahora que las calles nos están vedadas y las redes más vigiladas que nunca, por los bulos que temen, más que nadie, los que nos cuentan tantos desde la oficialidad. Pero tenemos un representante por encima de los demás. Sería él quien tendría que dar un paso adelante y reconducir las expectativas de este país, apostando por un pacto sin ideologías – y, por tanto, dando cabida a todas-, liderado por los más capaces. La ineptitud no es mala voluntad, pero supone un peligro inmenso. Y a veces es producto, únicamente, de la osadía de quienes la exhiben con impudicia. Esos que se han atrevido a alzarse con un cargo que les resulta grande, sobre todo si sobreviene un tsunami de las proporciones del provocado por el coronavirus. Tenemos un rey que no puede disolver las Cortes, pero sí tiene autoridad para descolgar el teléfono, reunir a los representantes de la sociedad, obligarles a escuchar y reconvenirles a aceptar ese pacto indispensable. El consenso -apoyado por el rey- fue vital tras la muerte de Franco en una nueva España.

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