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El concepto viene de China, como el virus. La “nueva normalidad” se la inventó hace muy pocos años el autócrata, Xi Jinping, para reorganizar a la sociedad a su antojo tras la salida de la crisis. El líder supremo resumía con esas dos palabras su ... decisión indiscutible de crear, ahora sí, una clase media en su país para relanzar el consumo interno. Cuatro años después de imponer la fórmula a los suyos, Xi Jinping vino a España. Aquí se vio con Pedro Sánchez para cerrar varios acuerdos comerciales. Fue después de aquel encuentro cuando supimos que el presidente del gobierno no sabía diferenciar entre el ibérico y el serrano. No sé si se acordará usted de la metedura de pata de Sánchez, cuando trataba de explicar que al presidente chino le había fascinado el jamón. Más allá de la anécdota, quién le iba a decir a Sánchez, por aquel entonces, que al poco tiempo también iba a acabar comprando el concepto chino para salir de la crisis del coronavirus.
La “nueva normalidad” es hoy aquí el eufemismo extendido por el gobierno para denominar la vida que nos espera después del confinamiento. Dos palabras para nombrar la pérdida de libertad que supone recuperar la salud pública. Qué quiere que le diga, pero a mí el enunciado no me gusta un pelo. Se trata de hacer rutinario lo extraordinario. De asumir que debemos ser bichos raros y huraños. De hacernos ver que es mejor estar solo y que no pasa nada por esquivar a la gente en una acera o sentir la calle como un lugar extraño.
“La nueva normalidad” consiste también en que nos miremos con ojos indagadores. Que imaginemos el destino del que va al lado y que nos preguntemos si cumple su horario, o se escuda en una de las actividades permitidas para salir a la calle en ese momento. No pasa nada, a partir de ahora, si le molestan los grupos o si sospecha de ellos. No sonría porque no se le va a ver y si lo hace da igual, porque ya se ocupa la agobiante mascarilla de que nadie lo note. El rostro ya no es el espejo de nada. Y la distancia social le va a obligar a no acercarse a nadie por precaución o para no molestar.
La deshumanización es parte del nuevo escenario. La prueba más dramática es que los muertos ya no parecen tantos y que los esfuerzos de los sanitarios cada vez merecen menos aplausos. Y lo peor es que el virus guarda todavía muchas dosis de crueldad por mucho que nos podamos sentar en una terraza. Por delante queda lo peor de la curva económica, que nos va a contagiar a todos y que va a llevar a la ruina a cientos de negocios. Por eso, me molesta la segunda palabra del eufemismo, “la nueva normalidad”... Podrá ser nueva, pero no tiene nada de normal.
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