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Miren que es ocurrente el personal. Acabo de recibir uno de esos whatsapp en el que leo: “Creo que nadie es consciente de la ley que quieren aprobar. Sofía, la hermana de Leonor, si se declara hombre, reina”.
De primeras me he sonreído, cómo no. ... Pero luego he caído en la cuenta de que estamos construyendo un país de locos, locas y “loques-sea”.
Y me ha venido a la cabeza la figura del padre de estas criaturas que, como esto siga así, van a tener muy difícil reinar, una u otra. Porque el rey Felipe no gana para agravios, que aguanta -por razones de Estado, supongo- con un sorprendente estoicismo.
Hace unos meses, el Gobierno no le permitió asistir en Barcelona a la entrega de despachos de los nuevos jueces, un acto al que había acudido siempre desde que comenzó su reinado. Ahora, Pedro Sánchez le pasea por la Ciudad Condal cada vez que le viene en gana convirtiéndole en una pieza fundamental para ir asentando lo que ya se denomina como la ‘agenda del reencuentro’ con Cataluña. Da igual que le ofendan, no importan que ultrajen lo que representa, es decir, a todos los españoles. La falta de respeto a la figura del jefe del Estado ha llegado a cotas inaguantables.
El ejemplo más claro ocurrió hace unos días en el Mobile World Congress. El presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, volvió a ausentarse del saludo protocolario al monarca en la apertura oficial de la feria y, sin embargo, compartió con él mesa y mantel, horas después, como si nada hubiera pasado. Un zafio y maleducado juego que el presidente del Gobierno permitió con insolencia.
Cuánto nos gustaría saber a todos la integridad de las conversaciones que mantuvieron en aquella especie de mesa camilla que les colocaron en el congreso de los móviles más vacío de la historia. El cinismo de Sánchez, Aragonès, Colau y del propio Felipe VI debía cortarse durante el encuentro. Al final, todo quedó en una foto para el recuerdo, que el caradura del presidente del Gobierno quiso vestir como símbolo de “unión por el bien superior de todos, que es el de los ciudadanos”. Poco le importó que supusiera una herida más en la pechera del honor de la Monarquía actual.
Porque, apenas un par de días después, fue capaz de recibir en su casa, La Moncloa, al personajillo que había despreciado poco antes al jefe del Estado de la nación que dice presidir. Y aquí paz y después gloria.
Se ha normalizado tanto la ofensa al monarca que hasta la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso -del PP, por si no se acordaban- lo puso a los pies de los caballos sin despeinarse por la firma de los indultos. La ultraderecha fue más allá. Consiguió que el mote que le endosó, al rubricar la medida de gracia en el BOE, -Felpudo VI- se convirtiera en trending topic aquel día. Da cierta pena, la verdad.
Y todo por un independentismo catalán, al que gobierno tras gobierno español, se le ha ido dando alas con el correr de los años. Ahora, con un Ejecutivo absolutamente debilitado, cuya supervivencia depende de los enemigos del Estado, y con una oposición inoperante, asistimos impertérritos a una escalada de descrédito de todas las instituciones del Estado: desde la Monarquía a la Judicatura, pasando por órganos como el Tribunal de Cuentas, que acaba de poner el dedo en la llaga ordenando a los líderes del procés, bajo pena de embargo,que depositen los casi cinco millones y medio de euros que presuntamente desviaron para promocionar en el exterior su utopía independentista.
Sánchez busca el diálogo en otra mesa para resolver el desaguisado en el que se ha metido. La cruda realidad es que suplica tiempo a cualquier coste para seguir manteniéndose en el poder, que es lo que realmente le importa. Que ya nos conocemos...
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