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Nuestros investigadores han descubierto que la luz puede retorcerse. El hallazgo de Laura Rego, Carlos Hernández, Julio San Román o Luis Plaja solo ... era posible en Salamanca, ciudad de la luz (y vanguardias) y del barroco, al que tanto le gustaba retorcer las cosas, ya fuesen columnas en los retablos, esculturas o pinturas. El barroco lo retorció todo, salvo la luz, que ahora ya es posible. Un descubrimiento que llega en un momento en el que los políticos dan su brazo a torcer por mantener una silla o unas aspiraciones, a la vez que usted y yo vamos buscando nuestro lugar en el verano, que puede ser una plaza, un patio, un parque o una terraza. Las plazas y patios salmantinos parecen diseñados para la música barroca, aunque el verano los conquiste el jazz, que es una forma de retorcer la partitura, como bien saben nuestros Fernando Viñals o Chema Corvo. Los parques son más para la lectura de los clásicos mientras que las terrazas podrían ser patios de butacas desde los que contemplar el gran espectáculo de la vida. El paseo despistado de los estudiantes extranjeros que llegan a Salamanca, por ejemplo, cuyos Cursos Internacionales cumplen este verano noventa años. Nacieron con la Cátedra de Lengua Española para Extranjeros y tuvieron que ser relanzados a principios de los años sesenta por César Real de la Riva. En aquel 1929 fundacional, Unamuno estaba todavía en el exilio y el Gran Hotel iba tomando forma. Aquel año, las protestas estudiantiles obligaron a que el Gobierno de Primo de Rivera cerrase la Facultad de Medicina.
Los autores del hallazgo luminoso no saben muy bien qué puede deparar su descubrimiento, pero quizá tenga aplicaciones médicas. La Medicina, como los conventos, lo aprovecha todo. Hubo el viernes por la tarde un gran homenaje a médicos jubilados en su sede colegial. Jubilados y mentalmente lúcidos. Y hubo uno especial a Manuel Gómez Benito, que tanto ha cuidado mi garganta y tanto sabe de la voz. No cuidamos de ella y muchas veces, tampoco lo que se dice, tal y como podemos descubrir a poco atentos que estemos a la actualidad. Se encontraba entre los homenajeados el histólogo Eliseo Carrascal Marino, a cuyo padre, practicante en el antiguo barrio de Salas Pombo, di bastante trabajo. Cuando no metía una horquilla en un enchufe era una pitera que me caía en una drea con los de Pizarrales, y cuando no era lo anterior, era una punta de una obra, que allí estaba yo para encontrarla, más allá de las inevitables inyecciones con aquellos preparativos aterradores a la vista del receptor de la aguja. Fue una persona extraordinaria, como su hijo, y merecía un espacio en un libro hecho de recuerdos, como “La memoria de las abejas”, de Andrés Sánchez Palacios, del que tanto se habla estos días. El homenaje incluyó a gente muy conocida, como Santiago Alberca, Mari Carmen Ávila, Manuel Benito-Sendín, Aurelio Fuertes, Alfonso González-Orús, Ángel Sánchez Luengo, Otilio Muñoz, María Luisa Orobón, María Teresa Jimeno... Cada año que pasa vamos viendo más mujeres entre los homenajeados, y las estadísticas anuncian que veremos menos médicos, aunque haya especialidades masculinizadas, aunque ya veremos porque la realidad, como la luz, puede torcerse y puede ser retorcida. Igual que la política. Todo parece que se puede retorcer y torcer, así que la luz no se iba a ir de rositas. Ahora, cuando enciendo la luz la miro de otra manera.
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