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LA libido es el deseo sexual que todo ser humano normal tiene. Y a todo ser humano normal, rey o mendigo, político o jardinero le ... mueve más de lo que cree. Las pasiones carnales son la parte más extraordinaria de ese sentimiento extraño e indefinible que todos buscamos y que se llama amor. Y justo en el inicio del mismo, en el puro enamoramiento —lo que Ortega y Gasset llamaba “ese estado de imbecilidad transitoria”—, es cuando más se manifiestan y más locuras pueden llevar a cometer.
En el caso de los reyes, la libido, digamos excesiva, ha sido una constante a lo largo de la historia. Y no solo porque su primera función obligatoria al llegar al trono fuera engendrar al heredero, sino porque casi siempre tenían que hacerlo con la mujer escogida por el bien de su reino y no por su gusto personal. ¿Qué sucedía? Que tenían que cumplir con su cometido, pero el deseo sexual lo apuraban en lo extramatrimonial. El deseo de los reyes y poderosos y sus pasiones carnales y locuras derivadas, no influyen solo en ellos a quienes desean, como sucede con el resto de los mortales, sino también en aquellos sobre los que ejercen el poder. Y por eso tienen más importancia. Los reyes, al no casarse con la que más les gustaba ni tampoco por amor, sino por conveniencia de Estado (el primer rey que se casa por amor es Alfonso XII y solo la primera vez) y dejar la devoción/diversión fuera de palacio, se creían con el derecho de hacer lo que les diera la gana. En realidad, los reyes que, como los demás poderosos, siempre se han considerado distintos al resto de los seres humanos, por el papel que les corresponde y porque los que están bajo su égida suelen verlos como súper hombres (de ahí la erótica del poder), al tener que pasear su libido fuera de su casa, se acostumbraron a hacerlo con una soltura que acabo por ser, en algunos casos, pura enfermedad. Y no solo en los borbones. Fíjense si en todas las dinastías cocieron habas, que se puede decir que los dos reyes más adictos al sexo fueron Felipe IV y Alfonso XIII. Sí, ya sé que los demás también tuvieron lo suyo, que para eso he escrito Pasiones carnales (Espasa) y lo cuento todo desde Rodrigo hasta, precisamente, Alfonso XIII; pero esos dos monarcas fueron tan especialmente libidinosos, que de ninguno se ha llegado a saber ni el número de relaciones sexuales ni el de hijos que realmente se les debería adjudicar. ¿Y Juan Carlos I? Pues ahora dice Villarejo, ese hombre que lo sabe todo, que desde el servicio secreto le tuvieron que inyectar bloqueadores de testosterona para controlar su desenfrenado deseo sexual. Se ve que el bromuro que supuestamente le echaban a los soldados en las lentejas, no sirve si llevas corona...
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