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Esta semana tuve la suerte de compartir mesa y mantel con la familia de un gran amigo, entre ellos su hija, que lleva las riendas ... de un negocio familiar a caballo entre la probeta de laboratorio, el mimo del algodón y la llave inglesa del taller.
Hacía tiempo que no celebraba una comida tan agradable, tan pausada y en un entorno que ya lo quisiera el valle de Sonoma. Y llegué a la conclusión de siempre: en Salamanca es posible hacer cosas muy buenas, siempre y cuando creamos en nosotros mismos -algo no muy habitual dada nuestra baja autoestima charra- y que las administraciones supieran de qué va el progreso, que es como pedirle peras al olmo, pues nuestros políticos son cada vez más cenutrios y embajadores “cum fraude” del Principio de Peter, que no es otro que alcanzar el máximo nivel de incompetencia, ¿les suena?, ¿de verdad no les suena?, pues estén atentos porque el futuro es lo que ya nos ofrece hoy: hordas de incompetentes agradecidos sin posibilidad de reeducación ni de rearme mental y moral.
Por no hablar de los defraudadores profesionales del estado asistencial que viven de la gigantesca estafa social de las bajas médicas, el desempleo o las ayudas de todo tipo como medio de vida parasitario.
Por todo ello, cuando a veces veo el brillo de la ilusión, no digamos en alguien joven, me derrito y me hace sentir algún latido de fe, que falta me hace. Nos hace falta a todos, seamos o no conscientes.
Y es lo que presencié en la citada comida y posterior sobremesa. E, de esperanza -así llamaré a la hija de mi amigo- derrochaba ilusión por su proyecto continuo: siempre hay algo que hacer, que ofrecer al cliente, que pensar, que preparar: el buen camino trazado por E y su familia no les han llevado a la vía muerta de la comodidad, sino a explorar nuevas fronteras, tanto de negocio como vitales, pues vivir es mucho más que una cuenta de resultados.
Mientras tanto, la Salamanca somnolienta vive al margen de todo éxito, de todo esfuerzo, ni se entera ni se quiere enterar, de ahí las dificultades para emprender, para desarrollar proyectos, incluso para dar continuidad a empresas familiares.
Todo proyecto es visto en este secarral castellano más como una amenaza que como una oportunidad, más como un nuevo motivo de envidia que de admiración y un ejemplo a seguir. A mi ahora, en cambio, me queda el brillo de la ilusión de E y ver un futuro mejor. Al menos posible.
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