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El regreso de los toros contribuye a darle intensidad a esa luz al final del túnel, que tantas veces se cita. Llenan los aficionados, ansiosos ... de Fiesta, las plazas hasta donde la autoridad de Francisco Igea y Verónica Casado, lo permite. Un aficionado generoso con el moquero, casi pródigo, llevado por el ansia y el hambre de emociones. Saltan al ruedo los diestros con ánimo renovado, necesidad de reponer la cuenta corriente y afán de notoriedad. También, seguramente, con algo menos de entrenamiento y de ahí, quizás, el percance de Cayetano en Guijuelo, que puso el ay en las gargantas, paró los corazones y llevó un par de costillas al traumatólogo. La tauromaquia tiene estas cosas. El aforo se cubre llamado por el arte, pero también por la notoriedad social del personaje, como ocurre con Manuel Díaz, “El Cordobés”. Los que vieron al padre dicen en los tendidos que son dos gotas de agua. Van los nuestros como un tiro, los Castaño; el gran Domingo López Chaves; el peleón Capea, Alejandro Marcos, que le tiene tomada la medida al momento; Manuel Diosleguarde, que tiene hechuras de diestro poderoso... Y haría bien la afición en seguir con atención a Raquel Martín, que triunfa por donde va y acredita a su género para la Fiesta porque aún hay cerriles que dudan de la capacidad femenina para este arte. En fin. Todos esperamos también noticias de otros diestros propios, como Eduardo Gallo, por ejemplo. Supongo que los ganaderos no tenían ganas de lidiar sino lo siguiente, darle salida a un ganado sin más más horizonte que el matadero y el guiso de rabo de toro o el morcillo con tomate. Cuando esto termine de verdad habrá que ver cuántos profesionales se han quedado por el camino. Igual que las plazas. Entre las campañas en contra y la crisis del Covid veremos cuántos cosos se quedan como esos palomares abandonados en los campos de Castilla de Antonio Machado.
Todo ha sido muy triste en esta pandemia, y los toros también. Por eso, su regreso, el retorno, por ejemplo, de nuestra feria a La Glorieta, es un alivio de luto, un inyectable de autoestima y un paso más hacia la normalidad. Ese retorno que viene con la añorada polémica de los que están y los ausentes en los carteles, al que se sumará la preocupación por la localidad vacía de ese aficionado que estaba siempre ahí y nos parecerá raro que no esté si era “de los de toda la vida”. Es un primer paso, porque aún quedan por recuperar los encierros de nuestra provincia o festejos populares como los espantos ledesminos. Poco a poco, sin prisa, sin pausa, pero sobre todo con mucha precaución. También queda por saber qué cambia en lo taurino o si todo continúa igual, porque, según recuerdo, antes de todo esto había un intenso debate sobre qué hacer para salvar la Fiesta. Cambiarlo todo para que todo continuase igual era una opción, pero una estupidez: la crisis continuaría ahí como el dinosaurio del hondureño Augusto Monterroso.
Tengo curiosidad por sentir el ambiente de la Feria que viene. La Feria en general, desde los “caballitos” –cómo me duele la ausencia hípica—a las vacas de la Agromaq; los conciertos, en un emplazamiento que tiene mosqueados a muchos; las terrazas, pendiente del tiempo; y naturalmente los toros. La Glorieta había recuperado jóvenes en las últimas ferias y era buena noticia, pero estamos en otra pantalla, como dicen esos jóvenes, y vamos a ver qué sucede porque todo puede ocurrir. Pero, de momento, que hablemos de toros, que los pueda haber y se celebren corridas es una noticia de puerta grande.
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