Secciones
Destacamos
La niebla es una vieja amiga de Salamanca. La viste de misterio, sobre todo por la noche, con la luz monumental. Apareció por la mañana ... y ni siquiera dejaba intuir la veleta de San Juan de Sahagún, donde pelean San Jorge y un dragón, que acaban de hacer suya los estorninos al atardecer. Son pájaros caprichosos que a veces asaltan ramas, otras veces son los vientos de antenas y ahora las veletas. Pájaros ruidosos que pueden ponerte la cabeza como si llevases dentro las ferias de septiembre con tómbolas y chocones a todo trapo. Y listos. Vuelan en grupo interpretando un espectáculo visual tremendo para espantar a las rapaces. Tienen también su literatura, que no todo van a ser tiernos gorriones, románticas golondrinas o gaviotas marineras; aparecen en el “Enrique IV” de Shakespeare, lo que hizo que un devoto del escritor, llamado Eugene Schieffelin llevase a Nueva York, sesenta estorninos en 1890. Hoy, desde los Grandes Lagos a la frontera con México no saben qué hacer con los dichosos estorninos y el tal Eugenio y la madre que lo parió son muy recordados. No sé si creerme que Mozart enseñó a cantar a uno, quizá sea un bulo y me condenen por ello en virtud de cierta orden sobre seguridad nacional. Por si no teníamos pocos sobresaltos.
El caso es que la niebla ha vuelto, aunque todos sabemos que siempre acaba marchándose. Sabíamos que un día la pandemia se iría o sería controlable, y hoy creemos que eso está más cerca de ocurrir. Antes de que Igea -políticamente descontrolado, dicen los socialistas- cierre las casas de apuestas, apuesto lo que quiera a que echa de menos esos debates científicos en el bar en los que todos sacamos a la Ana Fernández-Sesma o Adolfo García Sastre (virólogos) que llevamos dentro, sobre todo ahora que tanto hemos escuchado y leído a expertos. También todos llevamos en nuestro interior un neumólogo, como Miguel Barrueco, o a un internista, como su tocayo Miguel Marcos. No tiene más enjundia una reunión de expertos del IBSAL dirigidos por Rogelio González, que un sanedrín mañanero con un café de parroquianos saturados informativamente del Covid19 gracias a los medios de comunicación. Apuesto lo que quiera, antes de que Igea lo prohíba, a que en la historia de las vacunas también hay un bar, café o restaurante en algún momento, y se lo pregunto a Ariadna Miguel y Laura Carro, que tanto han investigado y escrito de la historia de las vacunas. Todos los citados, por cierto, son paisanos en algún grado, y varios de ellos andan por el mundo salvándonos el pellejo. Todos llevamos a uno de ellos dentro y lo sacamos en el bar, a veces sin citarlos: “dicen los investigadores...” Ahí están.
En fin, qué pena el cierre de los bares y cafés, porque lo de la primera vacuna es para celebrarlo en la barra y comentarlo como la ciencia del común entiende. De momento, no hemos salido del túnel, pero se ve luz al fondo -¿recuerda lo de los brotes verdes?- y el estado de ánimo parece otro, aunque las cosas siguen mal. Quizá la noticia de la vacuna asuste al virus y se pierda entre la niebla como aquel Félix de Montemar de Espronceda, bailando con la muerte por las calles salmantinas en “El estudiante de Salamanca”. La niebla, decía, vieja amiga de Salamanca, que siempre sabe inspirar a los románticos y aficionados a los secretos. Ojalá haya vuelto para llevarse a nuestro asesino en serie, que, como en todos los relatos noir, creemos que será atrapado. Hoy sabemos que eso ocurrirá. Sin embargo, lo de los estorninos...
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Santiago Juanes. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.