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El recuerdo es en blanco y negro. Tanto que es del siglo pasado. Igual usted también lo ha visto varias veces en una sobremesa de cualquier Navidad. Chencho, un niño de apenas dos años se pierde desorientado entre la multitud de la Plaza Mayor de ... Madrid mientras su abuelo, un genial Pepe Isbert, chilla su nombre con su escasa voz ronca sin tener respuesta. La escena impactó a toda una generación que, como la de ahora, se perdía al soltarse de la mano con la salvedad de que entonces se tardaba más en encontrar al descarriado, por la ausencia del teléfono móvil.
Cada vez que paso por allí me acuerdo. Y ese recuerdo me ha venido a la cabeza también estos días en los que tanto repetimos la palabra familia para reunirnos, brindar, discutir, hablar, reír o llorar. Aquella película, más allá del costumbrismo, retrataba una eclosión llamada “baby boom” de la que nunca más se supo. Ni siquiera en los momentos de gran bonanza económica han llegado a nacer tantos niños. Nunca este asunto estuvo en la agenda política más allá de parches momentáneos como el cheque bebé de zapatero. Hasta que la dejadez demográfica se ha convertido en un problema años después. Los pueblos se quedan sin “quintos” y hay ciudades en las que el primer niño del año ya no nace el día 1 de enero.
Hoy casi seis décadas después, Chencho estaría a las puertas de jubilarse. Y con él millones de españoles nacidos al abrigo de aquel “baby boom” que se incorporarán al sistema de pensiones sin que haya relevo por abajo. La pirámide de población se estrecha. Los niños son cada vez menos y la esperanza de vida es mayor. Y esa es la fórmula ideal para alimentar el envejecimiento, la España vacía y amenazar, de paso, parte nuestro estado del bienestar.
Otros países, menos entretenidos en “Cataluñas” ya se han puesto hace años manos a la obra y se ocupan de este tipo de cuestiones que necesitan mucho más que el consenso puntual de una simple investidura. Aquí sin embargo, la demografía sigue amenazada por la precariedad laboral, la difícil conciliación, la complicada emancipación, los disparatados precios de la vivienda y sobre todo la falta de ayudas públicas, cuando no lo es por la mera comodidad.
No sé que hace falta para convertir la crisis demográfica en una cuestión de Estado pero debería serlo. Imagino que el cortoplacismo de los gobiernos de turno impide abrir este tipo de debates tan importantes para todos. “La gran familia“ ya no existe, igual que se acabó el blanco y negro de la televisión. Ahora la saga tendría que seguir con “La familia y uno menos”. Porque la natalidad se pierde como le pasó a Chencho. Lo malo es que a ella no hay nadie que la busque para intentar echarle una mano.
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