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Ante todo, quiero dejar claro que me precio de tener buenos amigos catalanes, sobre todo en el mundo académico, colegas a quienes admiro y cuya ... valía no me cansaré de ensalzar. Ellos me reconcilian con unas gentes merecedoras de mejor reputación y, por supuesto, de mejores representantes oficiales en las más altas instancias políticas, cuna de mediocres, fanáticos y resentidos. La guinda, no por esperada resulta menos sorprendente habida cuenta de las connivencias, complicidades y silencios de sacristía comprados a lo largo de décadas, la pone ahora el juez que le busca las vueltas al clan de don Pujolone y su sacro colegio cardenalicio de madre superiora con devocionario, misal y monaguillo con roquete.
Muchas veces me he preguntado acerca del origen de tanto tópico negativo acerca de los catalanes. Porque los tópicos, cuando están tan arraigados, deben de tener una causa. Tirando del hilo, resulta que ya Dante, en el Canto VIII del “Paraíso” en la Divina Comedia (1313) deja caer unas sutiles punzadas contra la “pobreza avara” de los catalanes, contribuyendo de este modo a extender la fama de ambiciosos y usureros que ya por esas tempranas fechas se les atribuía en algunas zonas geográficas del Mediterráneo. También Boccaccio abunda en parecidas impresiones.
Siguiendo el hilo histórico, la irrupción de los Borgia –o Borja de apellido valenciano antes de ser italianizado-- en la curia de Roma, con sus escándalos y sus ejemplos de vida depravada, concitó una animadversión generalizada hacia los catalanes, debido a los recelos y antipatías que despertaba la expansión de la corona de Aragón en tierras italianas desde finales de la Edad Media. No hay más que recordar la conquista de Sicilia por parte de Pedro III y las victoriosas campañas de Roger de Flor. Vázquez Montalbán nos describe ese ambiente de odios, nepotismos, intrigas palaciegas y corruptelas en su novela O César o nada. En el siglo XV el término catalán era un insulto que abarcaba tanto a catalanes como a valencianos y aragoneses, y al propio papa Alejandro VI se le describía como “catalán marrano y circunciso”.
José Cadalso, gran observador de la España de su tiempo, ofrecía en sus Cartas Marruecas, una particular visión sobre los vicios y virtudes de las distintas regiones españolas. De Cataluña destaca la laboriosidad de sus gentes, la industria y el comercio, todo lo cual pone a los catalanes “a mil leguas” por delante del resto de la nación. La parte negativa, sostiene Cadalso, es que están muy dedicados “a su propia ganancia e interés”. Hasta tal punto que para algunos son “los holandeses de España”. Y ya se sabe la fama de avaros e insolidarios que los comerciantes de los Países Bajos han tenido en toda Europa. Frugales y austeros les dicen ahora. ¿Tanto como los Pujol?
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