Secciones
Destacamos
El fuego se ceba con la España vacía. Las llamas arrasan la vida de pueblos enteros entre lamentos, miedo, sonido de helicópteros y trasiego de bomberos o militares, que no dan abasto ante la magnitud de la catástrofe.
Quizá recuerde aquella famosa campaña a la ... que puso voz Joan Manuel Serrat a finales de los 80. “Todos contra el fuego” decía el estribillo que nos aprendimos de memoria. Entonces no estaba multado tirar una colilla desde el coche, hacer una barbacoa en el campo, encender un fuego de campamento o abandonar un vidrio en una cuneta. Y sin embargo, hoy estamos igual o peor que alguno de aquellos años.
El fuego hipnotiza casi tanto como estremece. El olor a quemado se instala en la pituitaria durante días para que todo te huela a devastación. Lo he podido comprobar en algunos de los grandes incendios que me han tocado cubrir.
Recuerdo los silencios rotos por los crujidos de los árboles en medio de la noche, en el incendio de Pedro Bernardo que arrasó el balcón del Tiétar. Las piñas incandescentes salían lanzadas de árbol en árbol como bombas para crear nuevos focos. Tampoco olvido aquella tarde de charla con Jesús Abad, el único superviviente del incendio de Guadalajara, en el que murieron sus once compañeros de retén. Jesús me contaba aterrado cómo el incendio les había sorprendido de repente y cómo él se salvó, metiéndose debajo del coche que llevaban. Aquel hombre nunca acertó a saber por qué el fuego no le había encontrado a él. Y la verdad es que viendo el vehículo carbonizado en medio de la nada, era bastante inexplicable.
También me ha venido estos días a la memoria una conversación que mantuve en la cárcel de Villanubla, con un pirómano que había causado varios incendios en esta región. Se sentía culpable y era perfectamente consciente del daño que había hecho, pero me contaba que era un impulso irrefrenable y me decía que quería curarse. Cuántos de esos habrá hoy sueltos por ahí, sin que todavía los hayan cazado.
Ahora se busca un culpable de la tragedia medioambiental, cuando quizá sean muchos factores los responsables de lo que estamos viviendo.
Al campo le sobran promesas en las campañas electorales y le falta inversión. Los montes necesitan movimiento y actividad y no un ultra proteccionismo que los hace intocables para el hombre y extremadamente atractivos para el fuego. También influye, cómo no, el cambio climático y las temperaturas extremas como dicen los políticos para exculparse. Pero los fuegos serían menos violentos si hubiera más limpieza y una mejor gestión de los inviernos, que sí son responsabilidad de todos ellos.
Al campo hay que escucharle más. Hay que tener en cuenta lo que dicen los expertos y los ecologistas, pero también hay que dar voz a los vecinos, a los agricultores y a los ganaderos, que son los que conviven con él a diario. También este abandono quema a los pueblos, porque es el olvido la mejor mecha para prender el fuego.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Javier Gallego. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.