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No es la primera vez que dedico un artículo a la envidia, pecado capital por excelencia en España como bien sabía Fernando Díaz-Plaja, pues ... lejos de enmendarnos observo con pena y rabia que somos cada vez más intolerantes a la felicidad y al triunfo ajenos, da igual se trate de Amancio Ortega, del vecino del cuarto, de una amiga recién doctorada o de Rafa Nadal.
No estamos hechos para disfrutar y sí para esperar la caída, el fracaso, y tiene hasta su propio y maléfico refrán: “Arrieros somos y en el camino nos encontraremos”, una manera popular de esperar tu desgracia. Y todo por la envidia, nuestro particular vudú, la bilis que mueve España.
Ya que me refería a Nadal, que mientras escribo estas líneas acaba de ganar su semifinal de Roland Garros contra Zverev, es increíble que el tenista más brillante de la historia, sea permanentemente cuestionado por la calle y por la prensa: si gana, un fenómeno, pero si pierde es un jugador acabado, un viejo que no puede con su alma...
Y ya que estamos, qué decir de Fernando Alonso, de Carlos Sainz hijo o del Real Madrid en pleno, desprecios cuando no insultos puros y duros como sufre el gran campeón asturiano, todo un ejemplo de deportista laureado, de español de pro y de saber estar. En nuestro país, tener educación es sinónimo de ser un chulo, un engreído, mientras los Kikos Matamoros que asolan nuestro paisaje social son ejemplo de sofisticación macarra-style y dinero fácil.
Con estos niveles de envidia por glóbulos rojos no vamos a ninguna parte, imposible progresar como sociedad, a lo sumo mantenemos la barca a flote jurando en arameo por la bajini ante cualquier destello que nos haga menores, principal síntoma del enfermo de envidia y de ahí, otro caso práctico, que la política actual, trufada de desechos humanos, no ceje en su empeño de igualarnos por abajo. Todos tontos, feos e inútiles. La fiesta del fracasado, ¡viva!
Si a esta envidia genética, y vuelvo a remitirles a Díaz-Plaja y su recomendable libro “El español y los siete pecados capitales” (1966), le unimos el fomento que se hace hoy al desapego por el esfuerzo, la cultura y el conocimiento, tenemos una bomba en la calle, en la Universidad, en el trabajo, en nuestras relaciones y, sobre todo, en la manera de ver la vida y la vida de los otros, incapaces de comprender que todo esfuerzo tiene su recompensa y que es del todo justo que Rafa Nadal tenga un yate maravilloso. Si “su casa es mi casa”, como reza la hospitalidad mexicana, “su felicidad es la mía” tendría que marcar nuestro paso por la vida.
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