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¿Quién no ha comenzado un año proponiéndose comer mejor? Este propósito forma a menudo parte de esa lista, espejo de nuestras debilidades, en la ... que depositamos futilmente la esperanza de renovación. Como si al arrancar la página del calendario pudiésemos desprendernos de nuestro yo de siempre y de sus hábitos adquirir una nueva fuerza de voluntad, procedente quizá de la espiral del tiempo y en la que apoyarnos para convertirnos en lo que nos gustaría ser, o al menos parecernos un poco más a ese idealizado concepto, ajeno a nosotros mismos.
Quien más, quien menos, todos hemos incumplido ese empeño asociado al nuevo año y, después de un par de meses de dieta, hemos vuelto a las andadas. El 81% de los españoles fracasa en el intento, según XSL Medical. Pero hete aquí que el gobierno ha venido a apuntalar una nueva dieta a golpe de BOE.
En combinación con la inflación, la rebaja del IVA de determinados alimentos traza una línea divisoria entre lo que podemos y no podemos comer, al menos para los españoles con menos recursos. Los ricos ya venían comiendo lo que les parecía bien y lo seguirán haciendo. Pero quiénes miran el céntimo, amedrentados por la factura de la luz y por la hipoteca, esos que no llegan a cobrar el cheque de 200 euros ni el de 400 euros para el ocio, pero que no están suscritos a Netflix y han renunciado a regalos de Reyes para poder volver a llenar el depósito cada semana, tienen claro que hay una línea fronteriza entre lo que se pueden y no se pueden permitir en la mesa. Y la rebaja del IVA repasa esa línea en color rojo.
Quede constancia por adelantado de mi completo apoyo a esta medida. Todo lo que sea descargar el hombro del contribuyente, que luce joroba, me parece loable . Y si se trata de productos de primera necesidad, un asunto básico de justicia social. Ni los alimentos ni los medicamentos deberían estar sujetos a impuestos.
El problema es que, al revisar la arbitraria lista de los alimentos sin IVA, creo encontrar un severo déficit de proteínas. Mucha harina y mucha lechuga, pero poca chicha. Excluidos la carne y el pescado, y teniendo en cuenta que un vaso de leche pasteurizada viene a contener apenas 7 gramos de proteínas, no me salen las cuentas.
Muchas alubias habría que ingerir para completar los 56 gramos que debería ingerir al día un adulto de 70 kilos, según la Organización Mundial de la Salud. 90 gramos mínimo para un español masculino tipo, si es que sigue vigente esa categoría. Prefiero no entrar en detalle sobre los daños colaterales de tal ingesta de legumbres.
Visto lo cual, entre los alimentos sin IVA, el huevo surge como la nueva estrella proteínica en el hogar de presupuesto ajustado, con sus 13 gramos de proteína promedio por cada 100 gramos de producto. Y siguiendo este hilo cavilatorio es como he llegado a la dieta del huevo, que según numerosas páginas web de dudoso pelaje permite perder 10 kilos en dos semanas.
No creo que ningún nutricionista serio la aconseje durante un periodo prolongado de tiempo, pero el gobierno piensa mantenerla durante los próximos seis meses. El huevo, sin embargo, no llena. A quienes no se sometan a una disciplina férrea les el pan, la pasta y la patata para llenar el vacío.
Podemos terminar, en fin, con el perímetro de una mesa camilla. No todos, insisto, porque los instalados en franjas de ingresos más altos podrán seguir permitiéndose el pollo, el filete e incluso la merluza. Y los jubilados, claro está, que con esa apabullante subida de las pensiones del 8% podrán abonarse incluso a los langostinos. Pero, conociéndolos, yo adivino que no lo harán. Me los imagino más bien abonados al huevo diario, en enésimo ejercicio de abnegación, e invirtiendo ese 8% en filetes para reforzar la dieta de hijos y nietos.
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