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Qué paciencia la de nuestras mascotas en estos tiempos. Después del gran confinamiento los perros estaban agotados de paseos interminables y frecuentes, y gatos y ... pájaros terminaron hartos de nuestros lamentos. Se merecían en este San Antón la mejor de las bendiciones, pero su fiesta será como todas las demás: una no fiesta. Con lo que era este San Antón en el Campo de San Francisco y en los pueblos: día de manteladas en Béjar y panecillos en Ciudad Rodrigo, con su tradición de los aguinaldos. Y el cerdo de La Alberca. San Antón es mucho santo en Salamanca, donde un animal, el toro, forma parte de su escudo -espléndida la exposición “Taurómaca”, de Raquel de la Iglesia, en el Espacio Joven- y una rana es una seña de identidad académica, casi una autoridad universitaria. A cada paso que uno camina es fácil encontrarse en la ciudad con un ilustre miembro del bestiario local, en grupo, como en la iglesia de Fátima, o de forma individual, como en la Plaza de España o la glorieta de Santiago Martín, donde ayer hubo homenaje íntimo a Julio Robles y apoyo a los toros del alcalde, Carlos García Carbayo. Hay cuadrúpedos, como caballos o toros, y otros animales que duplican esas extremidades, como la araña de la Escalera Universitaria. Pero de todos, el cerdo es el más celebrado: todo un emblema salmantino, se dice, aunque no esté en el escudo de la ciudad. Un animal que teme esta fecha porque anuncia su sacrificio, aunque en Guijuelo sea San Antón todos los días. O en La Alberca. Según las crónicas, también en Salamanca andaban los cerdos por las calles hasta bien entrado el siglo pasado. En ellas mismas, a la intemperie, se mataban cerdos para la despensa doméstica o para el mostrador del industrial chacinero, que se criaban en corrales urbanos. Y había quejas vecinales, claro, de los olores de esos cerdos o los de su chamuscado, que duraban varios días. En Candelario, la matanza era como el infierno de Dante, según otras crónicas.
Si nos atenemos al refranero, que dice que hasta San Antón Pascuas son, hoy terminan las Navidades, esas en las que algunos se han relacionado por encima de sus posibilidades y han descarrilado la curva de contagios, que, a su vez, ha recortado nuestro toque de queda. Ayer nos recogimos todos a las ocho de la tarde después de un día de dudas: ¿Nos atenemos al BOCYL y lo firmado por Alfonso Fernández Mañueco o seguimos el BOE y el imperativo de Salvador Illa? Todo el día en un sin vivir o en un “vivo sin vivir en mí”, de San Juan de la Cruz, del que hoy se presenta en Alba de Tormes un busto realista por el padre y experto José Vicente Rodríguez, donde ya están celebrando los 450 años de la fundación del Convento de la Anunciación, cerca del cual hay una escultura del santo y poeta realizada por Venancio Blanco, lo mismo que en Salamanca, frente al Carmen de Abajo, tenemos la de Fernando Mayoral. Serán inevitables las comparaciones, como es inevitable acordarse del Padre Belda y su museo arqueológico en los Jerónimos de Alba después de visitar “Orígenes” en el DA2, la exposición de José María Rosa y María Bleda, donde se muestran los primeros espacios de nuestra evolución cultural, una evolución de la que forman parte los animales, como los representados en Siega Verde, que también tienen de patrono a San Antón, los peces de Alba, los cerdos de nuestras dehesas, las abejas bejaranas o los perros, que temen otro gran confinamiento. No se fían de Illa y su triste figura.
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