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Los expertos en publicidad aún admiran el impacto de aquel famoso anuncio de los años cuarenta: “Los rojos no usaban sombrero”. Con esa sencilla pero ... impactante frase, el establecimiento de la calle Montera de Madrid vendió sombreros a tutiplén. Y es que esa prenda de cabeza decía mucho del estatus de quien la portaba, de su estilo personal, de su elegancia y hasta de su ideología. Eran tiempos en los que no cabían ambigüedades. O eras sospechoso de rojo, con lo que eso implicaba, o eras nacional a machamartillo. El sombrero marcaba diferencias sociales y a la larga delataba determinados credos políticos. De ahí que cuando el “sinsombrerismo” fue avanzando, superada ya la etapa dictatorial del puño de hierro, se asoció al izquierdismo e incluso al anarquismo. En cambio, en la etapa anterior de la República usar sombrero era propio de la clase burguesa y hasta fascista, tal como se dejaba entrever en algunos artículos de la prensa más rabiosamente izquierdista.
El pasado verano, el presidente del Gobierno inició, tal vez sin percatarse de su alcance, un movimiento para condenar al ostracismo la corbata. En principio, no tendría nada de extraño liberarse de ese aditamento dadas las altas temperaturas que se experimentaban en el hemiciclo. En este avance indumentario Sánchez siguió la estela de Bono cuando hace unos años apercibió a un diputado por no llevar la habitual corbata en un pleno parlamentario.
El atuendo no es irrelevante. Y menos en foros en los que las convenciones sociales –todo lo superficiales y artificiosas que se quiera— exigen un mínimo de decoro. Cierto que el hábito no hace al monje, pero hay ocasiones en las que se empiezan perdiendo las formas y se acaba perdiendo las normas. Por eso resulta un tanto chocante contemplar en las Cortes todo un despliegue de corbatas en las bancadas de la derecha y su total ausencia en la bancada del Gobierno y sus socios (“los rojos no usaban corbata”). En el fondo, creo que son ostentaciones pueriles en uno y otro bando, pero mucho me temo que llegará el día en el que veamos a algunas señorías subiendo al estrado en bermudas floreadas y chancletas brasileiras, rastas aparte. Creerán que con ello su nivel de democracia se sitúa en un rango superior.
La corbata tiene disputados orígenes, aunque se suele atribuir el invento a los croatas cuyos ejércitos en el siglo XVII lucían un pañuelo anudado al cuello. Aún hoy Croacia celebra la fiesta anual de la corbata. El vocablo pasó al italiano cravatta y así ha llegado hasta nosotros. Ahora, su uso declina por momentos. Yo, por llevar la contraria a esa creciente tendencia, la reivindico, sobre todo en invierno. Ya Oscar Wilde, en una de sus extravagantes sentencias, decía que una corbata bien anudada era el primer paso serio de la vida.
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