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EL Yo, que me considero una persona muy moderna, avanzada a mi tiempo -un problemón, pues te hace sentir permanentemente desubicado-, resulta que vivo el ... presente escandalizado ante lo burdo del mundo que me rodea, y que me rodea lo quiera o no: lo burdo, lo hortera, lo soez, el ruido (y la furia), la mala educación... están por todas partes, imposible evitarlo. Ni siquiera en lo más docto existe hoy la corrección debida, la estética de la buena imagen o el bello trazo de la palabra. Es más, mientras escribo me siento un dinosaurio, un actor en blanco y negro, o tomando un dry martini mientras escucho a Astrud Gilberto y Stan Getz en un club del Nueva York de 1967.
Reivindico en una manifestación de dinosaurios la buena educación, pues no me queda otra para sobrevivir, aunque entiendo que hoy es algo que se está convertido a la velocidad de la luz en pieza de museo. Mis valores judeocristianos (a Dios gracias) mantienen también un cierto equilibrio social, pero no sé por cuanto tiempo. El relativismo, Internet y la televisión están acabando con todo y nos están llevando a un lugar lúgubre, desangelado, frío y feo. Feísimo. Da igual un ministro, que un funcionario, que un rector de universidad, que una cantante, muchos van cayendo en el hoyo de una vulgaridad que la sociedad acepta como natural y democrática. Y nada más democrático, es la falsa y extendida creencia, que el derecho a ser vulgar y obsceno frente a la opinión o al derecho a hablar español en España, la lengua de las bestias según aquel pobre catalán llamado Quim Torra. Quizá por todo esto se nos está olvidando hablar, escribir, vestir, gustar y gustarnos. Los espejos son fascistas, la belleza una afrenta, la cultura un lastre.
Y no se libra nadie, ni lo que creemos serio y salvaguarda de nuestro club de dragones con sentimientos. Ayer vi con estupor en la edición digital del diario “El Mundo” la siguiente “noticia”, una de tantas: “Massiel al ser preguntada por la infanta Cristina y Urdangarín: “Me suda el chichi”. Y es aquí donde me siento un auténtico vejestorio, pues esta manera de “hablar” parece hoy lo más normal, y los propios medios de comunicación no tienen reparos en difundir la opinión de las “massieles” de turno, que, ante la falta de nada que ofrecer al mundo, hacen del exabrupto su profesión, sus cinco segundos de gloria ante una audiencia crítica, refinada y elegante, nada que ver con gente retrógrada como yo, que me dispongo a leer “Homo Deus. Breve historia del mañana”. Y ya se sabe que de leer nada bueno puede salir, ¿verdad Massiel?
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