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Hemos interiorizado el axioma que afirma que la banca nunca pierde, seguramente jugando al Monopoly, y hemos aceptado pulpo como animal de compañía al tolerar ... que las últimas ya no se cuántas crisis, desde la financiera de 2008 hasta la guerra de Ucrania, no se hayan solucionado con medidas políticas o reformas estructurales, sino dejando los sucesivos desaguisados en manos de los bancos centrales, que no han hecho otra cosa que darle a la manivela de hacer billetes. Hemos seguido consintiendo la aplicación de este emplaste, como único remedio, a pesar de que es contrario a otro axioma, este aprendido por sentido común y que sostiene que los Estados no se pueden endeudar hasta el infinito y más allá. La deuda de España, a finales de 2022, supera el billón y medio de euros. Cada minuto que pasa, España debe 150.000 euros más, por lo que me parece que la expresión “infinito y más allá” de Buzz Lightyear, que no, no es un reputado economista, encaja en la descripción. Hoy vemos, como consecuencia, que la lista de los bancos centrales que anotan pérdidas en 2022 es tan larga como prominente. Desde la Reserva Federal de Estados Unidos, pasando por el Banco de Japón, el Nacional Suizo (SNB) y el Banco de Inglaterra hasta llegar, por supuesto, al Banco Central Europeo. Hay quien cree que la información sobre política monetaria es árida, no apta para todos los públicos, pero si usted ha sido capaz de jugar al Monopoly, le aseguro que podrá seguir con facilidad este artículo.
Lo que está ocurriendo es que, en un contexto de subidas sucesivas de los tipos de interés y debido a los altos pagos de intereses y amortizaciones de valores, a cierre de 2022 faltan en el balance del BCE 1.630 millones de euros, que Christine Lagarde ha sacado de sus reservas, que son las nuestras, para que las cuentas cuadren. ¿Esto es malo? No tiene por qué serlo. El objetivo de los bancos centrales no es ganar dinero, sino cumplir sus mandatos. Pero sí es un mal síntoma sobre la situación real de la economía, sometida a presiones telúricas que sus dirigentes no reconocen. Refleja un enorme desfase entre lo que le cuestan al BCE las amortizaciones, una flecha que asciende en pendiente muy inclinada, y la flecha descendente en picado que refleja el valor de sus activos, deuda pública colocada cómodamente por los gobiernos desde 2014 y que ahora nadie quiere comprar, a menos que se paguen intereses astronómicos. Se evita que suban las primas de riesgo a cambio de meter bajo la alfombra de los bancos centrales la deuda que en otras circunstancias denominaríamos basura. Si funciona, esto es jauja. Pero si no es la banca la que pierde, habrá que preguntarse quién carga con las pérdidas.
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