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Cada domingo, a última hora de la tarde, todavía en alza mis buenos propósitos de evitar los imprevistos durante la semana entrante, batalla perdida de ... antemano en una familia numerosa pero en la que yo vuelvo a darlo todo en cada hebdómada, echo un vistazo previsor a la agenda del gobierno para los próximos siete días. A veces solo me sirve para recordar la existencia de algún ministro de la sarta de presencias irrelevantes que pueblan el gabinete, pero yo insisto en arar el mismo surco una y otra vez, bien por tozudez, bien por alguna recóndita esperanza que no logro alcanzar a precisar. Esta vez me ha pasado con el ministro de Consumo. Tardé unos segundos en ponerle nombre. Todavía no le había puesto cara cuando fui consciente de que lo único que recordaba de él, en más de tres años de legislatura, era su cruzada contra la definición científica del ser humano, en tanto que la Ciencia nos clasifica como seres omnívoros. Me negué a creer que el ministro de Consumo estuviese ausente en medio de la peor crisis de inflación de los últimos cuarenta años, que afecta fundamentalmente a su departamento y nos empobrece a todos, pero que se cierne con especial crueldad sobre los ciudadanos con menos recursos. Abrí otra pestaña para preguntarle a Google. Resultó que sí está haciendo algunas cosas: ha lanzado una iniciativa para prohibir la publicidad del huevo Kinder y ha escrito una guía censora de cuarenta y dos páginas en la que prohíbe juegos infantiles en función de criterios de tanta enjundia como el color de los objetos. Inspirado en la Santa Inquisición, el panfleto podría perfectamente haberse llamado Index Juguetorum Prohibitorum et Derogatorum.

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