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Cada domingo, a última hora de la tarde, todavía en alza mis buenos propósitos de evitar los imprevistos durante la semana entrante, batalla perdida de ... antemano en una familia numerosa pero en la que yo vuelvo a darlo todo en cada hebdómada, echo un vistazo previsor a la agenda del gobierno para los próximos siete días. A veces solo me sirve para recordar la existencia de algún ministro de la sarta de presencias irrelevantes que pueblan el gabinete, pero yo insisto en arar el mismo surco una y otra vez, bien por tozudez, bien por alguna recóndita esperanza que no logro alcanzar a precisar. Esta vez me ha pasado con el ministro de Consumo. Tardé unos segundos en ponerle nombre. Todavía no le había puesto cara cuando fui consciente de que lo único que recordaba de él, en más de tres años de legislatura, era su cruzada contra la definición científica del ser humano, en tanto que la Ciencia nos clasifica como seres omnívoros. Me negué a creer que el ministro de Consumo estuviese ausente en medio de la peor crisis de inflación de los últimos cuarenta años, que afecta fundamentalmente a su departamento y nos empobrece a todos, pero que se cierne con especial crueldad sobre los ciudadanos con menos recursos. Abrí otra pestaña para preguntarle a Google. Resultó que sí está haciendo algunas cosas: ha lanzado una iniciativa para prohibir la publicidad del huevo Kinder y ha escrito una guía censora de cuarenta y dos páginas en la que prohíbe juegos infantiles en función de criterios de tanta enjundia como el color de los objetos. Inspirado en la Santa Inquisición, el panfleto podría perfectamente haberse llamado Index Juguetorum Prohibitorum et Derogatorum.
Al margen de la fijación que según Google parece tener con todo lo que rodea a los niños, que es para hacérsela mirar, confirmó el algoritmo que el ministro soslaya el problema de la inflación e ignora la mordida que pagamos por cada producto que consumimos, como si la cosa no fuese con él. Únicamente, preguntado por la cuestión en el pleno del Senado, sentenció recientemente que “si sube la inflación se debe a los beneficios empresariales”. “Esto es contabilidad y son matemáticas, es muy sencillo de entender”, exhibió músculo intelectual, y prescribió una “subida salarial generalizada”. Hablando de juguetes, eso es jugar con fuego.
Si los alimentos volvieron a subir en febrero, ajenos a la rebaja del IVA, es según ese análisis culpa de ¿tenderos? ¿camioneros? ¿agricultores? No se le puede pedir que atienda al concepto de masa monetaria en circulación por lo mismo que no se pueden pedir peras al olmo, pero no es tan difícil entender que, si suben los salarios y las pensiones, la inflación estará entrando en la temida segunda vuelta, un punto de no retorno. Cuanto más dinero ande suelto, más subirán los precios. Como apagar un incendio con gasolina, para entendernos. Pero resulta que, para el ministro, si nos ha subido la hipoteca y lo que te rondaré morena antes de final de año es porque las constructoras están ganando más dinero. Se ve que, enfrascado en sus inspecciones a las jugueterías, no se ha enterado todavía de lo de los tipos de interés. Ha entrado en bucle en un eterno día de los Reyes Magos y no le consta la madre de todas las cuestas de enero, que se prolongará según los expertos del Banco Central Europeo, hasta al menos 2024.
Así, mientras el gobierno juega a gobernar, los adultos hemos entrado de lleno en una fase de incremento de costes industriales y de distribución, a causa de los precios de la energía y de la escasez de componentes, que desemboca en una inflación contra la que el BCE ha reaccionado tarde y mal. El fuelle del gasto público aviva además los precios y perdemos competitividad. A ningún niño le amarga un dulce y a nadie disgusta una subida de sueldo, lo reconozco precisamente como currante, pero toda subida salarial no ligada a un aumento de la productividad es ahora venenosa.
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