Dejan las victorias amargas una ceremonia de confusión, tristeza y aturdimiento en las cabinas de los disc-jockeys contratados por la logística del partido para celebrar esa fiesta colosal que de pronto sería guateque inoportuno. Como casi todos, el adorable y simpático pinchadiscos, llegaba bien pertrechado para consagrar el momento esperado desde hace cuatro largos años y disparar la más estruendosa fanfarria y el más inenarrable alboroto. Y de pronto, así es la vida, se ve abocado a tener que cambiar el programa por un chill out de circunstancias que ayude a conciliar el sueño de la peña.

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La pila de pelotazos veraniegos dispuestos para celebrar una mayoría absoluta se le derrumba en el peor momento posible y los nervios empiezan a aflorar y a multiplicarse cuando el escrutinio comienza a arrojar cifras pírricas que destrozan toda la alegría que repartieron prácticamente todas las encuestas, hasta las más desfavorables rozando a traición incluso, en ciertos momentos de la noche, al surrealista sondeo del CIS de Tezanos.

Lo peor es que el recuento sigue avanzando inmisericorde y el antipático escrutinio ya ni siquiera sirve para formalizar un gobierno conformado con aliados ultras que alcance para sustituir a sus acérrimos enemigos del sillón. «De verdad yo es que no entiendo ni entenderé nunca a los españoles» se repite entre dientes el apenado disc-jockey fumando nervioso mientras pasea arriba y abajo.

El desastre comienza a adivinarse en el ambiente cuando el disc-jockey contratado para la ocasión mira el maletín de discos que se trajo de casa a la sede del partido y resulta que no ha traído siquiera la música que bajando un poco los decibelios pueda servir para salir del paso con una sesión alegre ma non troppo que acompañe esa jornada de banderas a media asta y que ayude para cumplimentar el trámite de dejar satisfecha la moral de los simpatizantes que llegaron para tomar asiento sobre la piel del oso vendida antes de cazarlo.

El disc-jockey espera instrucciones de la autoridad competente para iniciar la fiesta o definitivamente cancelarla y la autoridad no parece dar muchas señales de vida. Bastante tiene con pergeñar sobre medio folio el discurso improvisado que esperan los medios de comunicación un poco excitados ante la tamaña sorpresa de una remontada en la que nadie a estas alturas confiaba.

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No, definitivamente, no. Esta noche ninguno quisiéramos estar en la piel del desconcertado y aturdido disc-jockey.

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