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Los libros de poesía no acaban con el hambre. Ni siquiera con la de quienes los escriben, dada la escasa venta que, en general, tienen ... en los mercados del ramo. A este respecto, me viene a la memoria la sentencia de un poeta andaluz a quien en Sevilla le oí decir: “En este país a los poetas cuando somos jóvenes nos matan de hambre y de viejos nos matan a cenas”. Ciertamente, hay que nutrir tanto el cuerpo como el espíritu. Pero los poetas de verdad nunca se mueven por afanes mercantilistas. No son lo que podríamos denominar “eruditos a la violeta”, por tomar prestada la expresión de José Cadalso, quien en un libro de 1772 satirizaba la erudición excesiva y superficial, la prosa huera y pretenciosa. La poesía puede ayudarnos a aclarar y ennoblecer aquellas emociones del espíritu que sin ella serían negras como la noche. Nos enseña a no fiarnos tanto de la apariencia como de la esencia; hace que vibren los corazones y seamos mejores en nuestras relaciones cotidianas.

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lagacetadesalamanca Joan Margarit, poeta