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Pasó San Miguel con su veranillo y otra vez el eco unamuniano de su nacimiento (1864) y su celebrada jubilación (1934). Decía Juan Antonio García ... Iglesias que si todos los que citan a Unamuno lo leyesen seríamos de otra manera. El novelista Javier Marías acaba de escribir en su “dominical” que “las mejores vidas resultan cortas, porque siempre les quedarán cosas buenas por hacer”, que es el caso de Juan –le llamé siempre “jefe”—que era un extraordinario control de calidad de estas páginas, de las que fue subdirector. Cuántos buenos consejos ha dejado de dar y cuántas buenas opiniones e historias se han perdido con la marcha de este marino en tierra, en cuyo homenaje he releído el clásico de Melville sobre la legendaria ballena blanca, en el se dice que la verdad no tiene confines, que debiera ser una máxima permanente.
No era referencia menor San Miguel en el pasado salmantino porque en el Fuero se decía que dejaban de correr los plazos y ay de quién vendimiase antes de su día. Tampoco lo era San Lucas, cuando comenzaba el curso universitario, ni San Jerónimo, que es el santo de hoy, porque la capilla universitaria está bajo su advocación y entre los muros de “Mirat” hay restos del viejo convento jerónimo de Nuestra Señora de la Victoria, jerónimo como el monasterio albense que guarda los hallazgos arqueológicos del Padre Belda, y donde algunos dicen que se escribió el “Lazarllo” de manos de Fray Juan de Ortega, según testimonio de Fray José de Sigüenza, que relató la Historia de la Orden. Con otras piedras del monasterio jerónimo salmantino se hizo el Liceo, pero esto es para otra historia. Corresponde felicitar en tan señalado día a Jerónimo Prieto, artista fascinante, mágico, me parece; Jerónimo Jablonski o “Javito”, uno de los grandes activistas de la bicicleta en Salamanca, o a Jerónimo Hernández, “Jero”, profesional de protocolos y experto en concursos televisivos, y a todos sus tocayos. Suerte en estos días de resistencia y resilencia, que ahora es palabra de moda. El propio rector, Ricardo Rivero, ha bautizado ayer a este curso como el curso de la resilencia y a partir de aquí responsabilidad y alguna que otra ayuda de San Jerónimo, cuyo conocimiento de las lenguas tan bien nos vendría hoy, cuando es tan difícil entender lo que dicen unos y otros en nuestra propia lengua. Era un erudito, así que hoy tendría dificultades para hacerse escuchar y entender, aún teniendo las capacidades vocales de nuestra Fátima Miranda, que por fin escucharemos en su casa este mes de octubre. En la Casa de las Conchas, nada menos. Veremos si alguna vieira no salta y se estampa en la Clerecía cruzando la calle Compañía, que no es broma la potencia vocal de nuestra Fátima, vinculada desde niña al arte en nuestra ciudad por el comercio familiar.
La sombra de la parra unamuniana, ya desnuda de racimos, da para una tertulia esa idea salmantina que ha impactado en los telediarios: que los mayores de setenta años lleven una “M” en el coche, indicando que los años no pasan en valde y que el conductor ya no es lo que era. Y pregunto por qué no se elige para ello la “Y” de yayo, término heredado de la crisis pasada y popularizado por los “yayo flautas”. Yayos y yayas, claro. En todo caso, la idea es un alivio, una distracción en este permanente día de la marmota, que nos lleva agotados al “prime time”.
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