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La campaña de recogida de la aceituna en Castilla-La Mancha se ha visto alterada por el exceso de celo y el escaso tacto de dos inspectoras de trabajo. Las funcionarias, en una aplicación extrema de sus competencias, se han dedicado a multar a los agricultores por no tener váteres en el campo.
La noticia, por anecdótica que parezca, no es más que otro síntoma de la enfermedad que se está cargando el sector primario en España y en Europa. Cada día los agricultores y ganaderos tienen que sacar adelante sus explotaciones, a pesar de la retahíla de normas, reglamentos, protocolos y leyes absurdas que ponen en riesgo la supervivencia de su modo de vida.
La imagen es metafórica y refleja el pensamiento urbanita con el que se trata de dirigir el destino del campo, desde las alfombras de Bruselas o los despachos de Madrid. Imagino un váter de plástico, de color azul, con su kit de productos químicos incluido, destrozando el paisaje espectacular de una dehesa verde llena de encinas. Me hago cargo del cabreo del agricultor, que tendrá que correr con los gastos del traslado y el mantenimiento del retrete para hacer algo que se ha hecho toda la vida detrás de un árbol o de un carrasco. Y supongo sus ganas de hacer sus necesidades encima de la norma que le obliga a implantar el surrealismo en su vida diaria.
No hay mayores defensores del campo que los que viven de él. De otra forma, no conoceríamos la naturaleza tal y como hoy la podemos admirar. Es cierto que hay que regular las actividades para evitar los abusos. Pero lo que se está haciendo con la agricultura y la ganadería es estrangularla con decenas de normas, que solo alimentan el falso ecologismo y matan de hambre a quienes, a pesar de todo, siguen viviendo en los pueblos.
Un reciente estudio elaborado por economistas del Banco de España concluía que el sector agrario es el más regulado en España. Entre los datos que aportaba, desvelaba que cada año los agricultores se ven sometidos a 1.300 nuevas normas. Con ese exceso de burocracia, es fácil imaginar lo difícil que debe ser cumplir con todos los requisitos que exigen las diferentes administraciones para subirse a un tractor todos los días.
No hay ámbito que resista a tanta presión. Como es imposible mantener un sector en el que solo se enriquecen los intermediarios. Bastaría con no poner puertas absurdas al campo y dejar trabajar a sus gentes. Sería suficiente con aplicar el sentido común. Ese que se ha perdido hace tiempo. Ese que dice que es extremadamente ridículo obligar a alguien a orinar en un váter portátil, en medio del campo.
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