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Estamos en campaña. Lo sé. Y debería sentirme interesada por los movimientos que se hacen en los partidos. Errejón, Iglesias y eso. Por ejemplo. Pero ... verán, estoy harta. De política, de políticos y sobre todo de miserias humanas e intereses particulares. Estas elecciones a las que caminamos sin remedio y en las que habrá muchos que no voten, por desazón o por aburrimiento, son el reflejo de una sociedad en la que nadie renuncia a lo suyo por el bien común. Así es. No es discutible. Quejarnos hasta la extenuación del bipartidismo solo ha servido para que los propios partidos nos dejen claro que, o votamos como les gusta o ellos no se plegaran a pactos incómodos. En el trayecto, por si fuera poco, irán dejando en la carretera a socios, amigos y hasta hermanos. Y también, desde luego, a personas que ocuparon cargos durante poco tiempo y que cobrarán durante otro tanto a cuenta de todos nosotros. Estoy harta. Qué quieren. Desilusionada con unos y otros. Hastiada de que se señalen con el dedo, clamen a los peligros que implican las filas ajenas y no entiendan que los votantes queremos que se pongan de acuerdo como sea, aunque eso derive en que les cueste mucho más gobernar a los que finalmente lo hagan.

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