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EL jueves llegó al Centro de la Memoria Histórica de Salamanca el legado de Marcelino Camacho y su compañera Josefina Samper. Está compuesto de un ... archivo de nada menos que diez metros lineales, más libros, revistas, folletos, etc. Muy interesante para estudiosos de la transición. Pero a mi juicio el verdadero legado de Marcelino Camacho no es el documental, sino el humano, su coherencia ideológica, su lucha contra la dictadura, pasando incólume por campos de trabajos forzosos y cárceles del franquismo. Reduciendo ese legado a una sola frase, es la que emocionadamente pronunció en las Cortes Constituyentes en defensa de la Ley de Amnistía (de amnesia, olvido, perdón), en nombre de los “perdedores” de la guerra incivil: “Hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores”. Era el legado de un luchador histórico a las siguientes generaciones de comunistas, que dieran por sepultados los resentimientos. Los comprensibles odios de los vencidos hacia los vencedores, habían sido generosamente inhumados. En suma, se imponía al fin la concordia. ¿Hermoso, verdad? Sucede no solo que faltaban por enterrar dignamente a las víctimas arrojadas a las cunetas, sino sobre todo que los legatarios, los nietos (que no los hijos) de quienes lucharon por la República, han rechazado esa disposición —que llamaré testamentaria—, del ejemplar soriano. Han desenterrado el rencor, el odio, y hemos vuelto a las dos Españas.

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